domingo, 25 de junio de 2017

Noche en blanco

La noche en blanco es un evento supuestamente cultural que se celebra una vez al año. Consiste, a grandes rasgos, en abrir los museos por la noche y en introducir algún concierto, actuación y demás en el programa, con el objeto de que creamos vivir en un lugar dinámico y moderno, vanguardia de un primer mundo glorioso. Supongo que habrá una explicación, e incluso una bella anécdota que justifique semejante paripé. Noche en blanco, recuerda  por su nombre a las noches blancas en las que no se pone el sol de Rusia y los países escandinavos. Quizá tenga algo que ver, no lo sabemos.

Mañolandia es una de las ciudades españolas que celebra tal evento y los goliardos, ilusos como somos, solemos participar en ellas a pesar de que su historial sea bastante deprimente.

Estamos en la de 2017, año del señor. Entre la amplísima oferta cultural elegimos una serie de "hitos" que pueden merecer la pena. Es decir, eventos que no suelen estar al alcance de la mano, porque ir a una exposición que es gratis o tiene un precio ridículo en un día en que va a estar abarrotada carece de sentido.

Nuestra primera parada es el edificio Paraninfo, que permaneció durante décadas semiabandonado e infrautilizado. Es un lugar notable y merece un paseo, alberga una exposición de libros antiguos y otra sobre la historia de la universidad, además del museo de ciencias naturales que hace no mucho ha sido remodelado para hacerlo atractivo, frente a su carácter decadente y un tanto fúnebre anterior. También está abierto el patio, un lugar con cierto encanto en el edificio neomudéjar. Lo pasamos por alto porque su ambiente - bastante decrépito - deja mucho que desear.

Era sólo la primera parada. Sin más. La segunda es la terraza del Museo Pablo Serrano, Desde su quinto piso hay unas vistas interesantes de la bimilenaria urbe, además es la hora del anochecer. Lamentablemente, las nubes ocultan la huída de Apolo y la terraza ha sido invadida por domingueros, por no mentar el viento agresivo que se ha levantado - ley de Murphy - tras dos semanas de clima sahariano. Hay niños, y gritan.

Los goliardos buscamos un nuevo objetivo: la aljafería, el monumento más representativo de la época de los reinos de taifas, ejemplo más meritorio del arte musulmán al Norte de Andalucía, además de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en sus construcciones mudéjares y, por qué no decirlo, sede de las Cortes regionales. Como al llegar hay una fila inasumible, optamos por cenar en un bar cercano. A la vuelta ya no hay cola y podemos admirar los dos primeros patios, una vez superadas las torres de castillo de cuento, sin embargo, no podíamos prometer que todas las circunstancias fueran felices. El interior está repleto de individuos haciéndose selfies para mostrar en las redes sociales lo rico de su vida cultural. Y el acceso al palacio ofrece una nueva fila interminable de personas ávidas de noche en blanco.

Nueva huida, última parada: el Caixaforum. Vemos dentro de lo posible una exposición sobre la escapada andaluza de Mariano Fortuny, porque los tres cuadros que se exponen más allá de sus bocetos están acaparados por guías que explican más su vida sentimental (bohemio, casado con la hija de Madrazo, pintor historicista y director del Museo del Prado) y por un numeroso público embriagado de arte que  muestra un total desinterés por sus obras. En el fondo nos da igual, porque hemos venido a ver cómo pincha Carlos Hollers en la terraza, podemos ir a las exposiciones cualquier otro día, es posible sobrevivir pagando 4€ si algo merece la pena. Pero sí, lo de Carlos Hollers puede merecer la pena. No obstante, la encontramos (la terraza) invadida de abuelos y de niños, parece que el eslogan de la Noche en Blanco es: nadie menor de 90 años salvo que tenga menos de 12. Abuelos y niños. Ese es el plan.

Todo demasiado hardcore.

Son fiestas en el singular barrio de la Magdalena. Puede ser la solución. En la plaza de San Agustín, frente a la demacrada iglesia, hay concierto: Manolo Kabezabolo. Por fortuna voy acompañado de dos pedazo de hembras, por fortuna para mí, porque no son en absoluto bien recibidas. Sufren empujones y desprecio, por no hablar de que los librepensadores que asisten a la orgía de la música y el conocimiento y tiran sus litros sobre sus hermosísimos cuerpos. Demasiada hostilidad - a lot of hostility -, los goliardos debemos ser demasiado independientes como para que nos admitan de buen grado en tan progresista templo. Aunque tentados de provocar una pelea tipobar del Oeste, decidimos huir una vez más mientras despliegan pancartas en contra del fascismo, porque al parecer el fascismo es un problema en este peculiar país, y, sobre todo, es ajeno a esta gente bienintencionada que recibe de esta forma - tirando sus bebidas - a los buenos borrachos que no visten la camiseta de adheridos a su causa, oficialmente.

El plan estipulado ha sido una verdadera mierda. Nos da igual. Los goliardos improvisamos bien. En la terraza del Teatro Romano, un sitio en verdad bimilenario y cultural, nos tomamos unas copas bien cargadas. Despotricamos de una ciudad que, como tantas otras, vive de las apariencias, en la que los museos gratuitos habitualmente inhóspitos se llenan en noches como la de hoy de individuos aburridos con ganas de aparentar, y nos emborrachamos con violencia en algunos de los pocos bares que ponen buena música en el Casco Viejo, bares que han estado aquí siempre, y que ahora luchan contra una legislación absurda y hostil contra todo lo que se salga de las conveniencias de un mundo adocenado e inmensamente aburrido. Y, al borde del hundimiento, a diferencia de tantas otras noches lúcidas enmarasmadas por el alcohol, vamos a dejar este testimonio.