viernes, 18 de noviembre de 2016

Lobo de bar y su epopeya infame (Parte 9 de 9)

Unas horas más tarde, aún de mañana, Lobo de Bar se despierta. Su primer pensamiento se dirige al frigorífico: ¿habrá cerveza? Desde la cama cree oír el monótono y penetrante ruido del motor de la nevera. Junto a él, Catalina duerme plácidamente. Está destapada, hace mucho calor. El goliardo observa su cuerpo, tan delgado, tan firme. Se fija en su cuello, en sus tetas pequeñas, en su boca entreabierta que resopla.
La cerveza puede esperar. Se ha despertado con la p*lla como un mástil. La palpa, está gordísima, y sus huevos, asaz saturados. Se acerca a Catalina. Besuquea su cuello, con la mano recorre su vientre. Catalina suspira y se arquea como una gata. Los dedos de Lobo de Bar descienden a los muslos, a las rodillas, a las corvas. Permanecen cerrados los ojos de Catalina, pero ya no está tan dormida.
La lengua del goliardo va del cuello al lóbulo de la oreja, sus dedos dibujan espirales en el pezón de Catalina. Cuando considera que ha llegado el momento, guiado por su respiración, regresa su mano a lo que Gladiolo quizá llamara su nido, su hormiguero, o vete a saber qué y que no es otra cosa que el c*ño. Aún está seco. Vuelve a ascender, la mano del goliardo, hasta su boca, para que le humedezca y, con los dedos preparados, después de perder por el camino un poco de saliva, sobre su vientre, la masturba. El cuerpo de Catalina responde, se agita, sus brazos buscan a Lobo de Bar, una mano encuentra su p*lla. La agarra, aprieta, está muy dura. Es una erección matinal, casi una sobreactuación. Se da la vuelta, Catalina, ofrece su espalda, y Lobo de Bar sigue mordisqueando su oreja, su cuello, pero ya no puede más, la penetra, despacio. Aún no está lo suficientemente húmeda. Entra poco a poco, hasta que intuye el camino expedito y empuja con violencia, despertando un gemido salvaje que retumba en toda la habitación.
Lobo de Bar penetra y penetra. Sus cuerpos chocan, y el sonido sordo de los golpes le embrutece. Con cada acometida avanza unos milímetros, girando la cadera, hasta tumbar a Catalina boca abajo. En esta posición sigue embistiendo. De vez en cuando se detiene para que sea ella la que se mueva, como devorando su miembro desde abajo, y siente el golpear de su culo contra su carne. Lobo de Bar teme irse demasiado pronto. Se incorpora, sin sacarla, sujeta a Catalina de una pierna y se la levanta para tumbarla lateralmente, de forma que su p*lla pueda entrar hasta sus más recónditas profundidades.
No descuida sus manos, el goliardo, recorren el cuerpo de Catalina, se meten en su boca, acarician sus pezones y sus piernas. Lo está haciendo bien. Ella se impacienta. Escapa. Se sube sobre él para poder moverse al ritmo de su deseo. Mueve su cuerpo hacia adelante y hacia detrás, refrotándose sobre él. Lobo de Bar juega. La agarra de la cintura para detenerla. Disfruta viendo que un cuerpo tan pequeño pueda ser tan difícil de dominar. La sujeta y la separa de él para metérsela de abajo hacia arriba. Apenas lo consigue unos instantes. Catalina baja vuelve a moverse hacia delante y hacia detrás. Ofrece sus pechos a su boca, y le susurra:
- Méteme un dedo por el culo.
Lobo de Bar, tan poco dado a obedecer órdenes, se somete, mientras Catalina sigue moviendo las caderas a un ritmo salvaje y empieza a frotar su clít*ris compulsivamente, hasta que estalla en un orgasmo demencial.
Tras unos segundos de tregua, colmados por unos besos muy sucios, Catalina, sin decir palabra alguna, se pone a cuatro patas. El goliardo arremete, choca contra ella y, al comprender que aún tiene para un rato, va a por el tabaco. Luego, sin parar de follar se lía y enciende un cigarro.
Catalina le mira, incrédula, desde su posición. “Eres un pervertido”, le dice. Gira sobre sí misma y se la empieza a chupar. Primero lamiendo el glande, luego metiéndosela en la boca hasta donde su garganta le permite. El goliardo la derriba para tumbarla y se la vuelve a meter. Tira la ceniza al suelo y le pasa el cigarro. Catalina aspira mientras Lobo de Bar se la mete, primero completamente tumbada, después con las piernas hacia arriba. Agarra su miembro, Lobo de Bar, para sacarlo y meterlo y para pasar por su clít*ris, mientras Catalina fuma. De rodillas, con los pies de Catalina en los hombros, le introduce un dedo en el orto. Al ver que está receptivo saca la p*lla y se la encaja por el agujero retrovisor. Catalina gime y se toca. Sus dedos pasean por encima y por dentro de su c*ño. Se termina el cigarro. La p*lla del goliardo se hincha todavía más. Está a punto de estallar. “¿Dentro o fuera?”, pregunta, “fuera” responde Catalina.
Lobo de Bar saca su impúdico rabo del cul* de Catalina y se corre. Una profusa lluvia de esperma cae sobre su vientre, sobre sus tetas, sobre su cara, sin que Catalina detenga su mano, porque está a punto de terminar otra vez, y eso hace entre espasmos, mordiéndose los labios, mirando al goliardo a los ojos.


EPÍLOGO

Tras el grandioso polvo, los amantes dormitan sobre la cama, sudados, hediondos de sexo, y Lobo de Bar piensa que ha llegado el momento de beberse esa cerveza con la que lleva horas soñando, pero entonces suena el timbre y Catalina dice:
- ¡Mierda!, mis padres.
El goliardo se viste a la velocidad del relámpago y escapa por la ventana. Sólo son dos pisos, salta a un magnolio cercano y consigue colgarse de una rama, pero ésta se quiebra y Lobo de Bar da con su culo en un parterre no particularmente mullido. En el suelo, se enciende un cigarro. Los transeúntes que han visto la fuga le miran con reproche. Ajeno, regresa a la verticalidad, Lobo, y se sacude los pantalones de barro, hierba y quizá cosas peores.
Se siente bien. El sofocante calor no le afecta, y tampoco le importa que no se hayan dado sus teléfonos, a pesar de que haya sido el mejor sexo en mucho tiempo y de que, sin ninguna duda, merecería la pena repetir.
Es bien entrado el día. Lobo de Bar da un paso, y luego otro. Camina  - la sonrisa de oreja a oreja -, con aire suficiente de estrella de Hollywood. Mira a su alrededor como si todos aquellos con los que se cruza le fueran a chocar la mano, olvidando que cada uno va a lo suyo, además de que la sociedad es aburrida y conservadora, y de que el mainstream jamás se fijará ni aprobará las etílicas y existencialistas aventuras de los goliardos, por muy épicas que sean. Cuando lo recuerda, al ver la absoluta indiferencia en el rostro de dos señores que pasan, sonríe. Es mejor así, en un mundo mojigato e insulso hasta el bostezo es más fácil y divertido provocar escándalos.
Llega a su guarida, Lobo de Bar, y escribe a sus amigos para contarles las buenas nuevas e invitarles a unas cervezas y copas en celebración de su gloria. Se abre una Export y aguarda, espera que aparezca también San Bukowski para rendirle tributo. Está henchido de orgullo, teme, incluso, que los goliardos acudan cargados de elementos con los que organizar una fiesta absurda, como confeti, globos, matasuegras y hasta Ewoks. Sería, en todo caso, un mal menor con el que podría condescender dado su estado de euforia. Pero no ha lugar.
Si tardan, los goliardos, no es porque estén preparando nada espectacular o degradante, sino sólo porque la resaca dificulta su determinación y movimientos. Va por la cuarta Export cuando aparece, por fin, Zé Tubarao.
- Así que te pusiste las botas.
- Eso es. Pero lo más importantes es que superé las doce pruebas. Pronto me llegará el reconocimiento de San Bukowski.
Arriban más goliardos. Una veintena por lo menos. También Miss Howley.
- Twelve points en tu última prueba, muy bien.
- Gracias Miss Howley.
Lobo de Bar, todavía vestido de El Nota, cansado de beber Export, se levanta de su mecedora para servirse un ruso blanco. Tampoco descuida las necesidades de sus goliardos compañeros que, bajo el tenue alivio del ventilador de techo, beben desperdigados por los sofás y el suelo, inmoderadamente, sobre todo si tenemos en cuenta que es domingo. El Heladero cuenta un chiste:
- Están en clase Juanito, Pedrito y Jaimito y les dice la profesora: “para mañana, traedme una frase con las palabras que hemos aprendido hoy, caballo y seto”. Al día siguiente, van a clase y la profesora les pregunta, “¿a ver,…”
- Ya nos lo sabemos – protesta Miss Voodoo.
- No puede ser.
- Lo has contado mil veces.
- Cagüen la p*ta. ¿Y el de “mi capitán, mi capitán, ¡que vienen los indios!”?
- También.
- Me he vuelto previsible.
Hace un calvo, El Heladero, pero apenas consigue levantar lánguidas sonrisas. Los goliardos empiezan a impacientarse, además de a ir bastante cocidos. Ha vuelto a llegar la noche, Edge sugiere pedir unas pizzas, Mr. White busca en internet uno de sus vídeos favoritos, el de un fox terrier sodomizando a una paloma, Zé Tubarao ha salido a la terraza para mear por el desagüe. Viendo la dispersión reinante y que San Bukowski no aparece por su propia voluntad, el Dr. Strangelove toma la iniciativa y le invoca con su baile telúrico y obsceno.
No se hace más de rogar el admirado santo, responde al conjuro haciendo acto de presencia en carne inmortal, desnudo dentro de una bañera, en compañía de una sordomuda pelirroja que le frota la espalda con una esponja impregnada de vino.
La expectación es máxima.
- Tu gesta es digna de alabanza, Lobo de Bar.
Todos aplauden.
- Oeoeoeoe – corean ebrios.
- Nada podría honrarme más que oírlo de tu boca, sensei.
- Ya. Pero…
- ¿Cómo que “pero”?
- Sí, hay un pero.
- No puede ser.
- Al revisar tu vídeo recitando el cantar de Mío Cid, hemos detectado un fallo. Donde debías decir “salveste” dijiste “sálvese”.
- No me jodas.
- Lo siento, Lobo de Bar.
Mira el goliardo, pánico en los ojos, a Miss Howley, y ésta corrobora las palabras de San Bukowski asintiendo.
- Por el amor de las rameras, dejadme, al menos, intentarlo otra vez.
- Prueba.
Se pone en pie, Lobo, y empieza a recitar el Mío Cid, pero no lleva ni dos páginas cuando yerra de nuevo.
- Una lástima – dice San Bukowki.
- Me cago en las alas de los arcángeles, San Bukowski, no puedes ser tan estricto.
- Es lo que hay.
- Pero tú no eres así y… ¿dónde está mi abogado?... aún tengo más de dos de dos miligramos de alcohol por litro de sangre… ¡podría seguir intentándolo!
- Déjalo, Lobo de Bar, te aprecio, me he divertido con tus aventuras, y lo que has conseguido es tan inútil y estúpido como digno de elogio, pero, si te soy sincero estoy muy cómodo allí donde me hallo, con unas cuantas groupies que me adoran, no me apetece compartir ese espacio contigo, al menos no de forma permanente.
- Pero…
- No querrás estar donde no eres requerido.
- Claro que no…
- No te des mal, Lobo. Puede que no estés contento conmigo pero admite que he conseguido animarte. Quizá algún día nos bebamos alguna botella juntos, sigue por tu camino y no me j*das… créate tu propio paraíso.
Tras decir estas palabras, se esfuman San Bukowski, su bañera y la sordomuda. En la cueva de Lobo de Bar se respira, además de un olor que evidencia la falta de higiene de alguno de los presentes, un triste aire de decepción. Sus degenerados amigos no saben qué decir, hasta que la cazallera voz de Sade irrumpe en el silencio:
- Menudo corte, jajajajaja
Su desbocado descojone contagia a Lobo de Bar, “hay que j*derse”, dice, y todos ríen aliviados. Mr Voodoo se levanta para subir el volumen, suenan los New York Dolls. Protesta sin convicción El dulce goliardo elegante. Lobo de Bar le sirve y se sirve sendos whiskys y, antes de perder la atención y la consciencia de sus colegas, levanta la copa para declamar:
- Los goliardos somos maestros de la derrota y hoy hemos conseguido una magnífica – murmullo de aprobación -. Esta epopeya, más allá de su final trágico, nos ha permitido recordar que la vida merece la pena. Sólo hay que saber bebérsela, explorar sus posibilidades, ser imaginativos… en definitiva, saborear las pequeñas cosas – respetuoso asentimiento-. Pequeñas cosas como humillar a un superhéroe, exterminar una raza absurda, allanar un museo o echar un buen polvo. Eso hemos hecho, goliardos, y mucho más – jolgorio generalizado -. ¿Qué c*jones? Lo hemos pasado bien, nadie en su insano juicio lo pondría en duda, y lo mejor de todo es que la vida sigue y aún tiene mucho que ofrecernos – abrazos efusivos -. Quizá, incluso – intenta terminar, Lobo, en el fragor de la bullanga -, se nos acabe ocurriendo cómo c*jones crear nuestro propio paraíso.
Se emocionan los presentes, humedécense los ojos de los más sensibles, hay quien se plantea iniciar un aplauso americano. No da tiempo, antes de que eso ocurra, Lobo de Bar se pone en pie y vuelve a levantar la copa en señal de brindis, con la mala suerte de topar en su maniobra con las aspas del ventilador de techo, que tritura el cristal y lo proyecta violentamente junto al whisky sobre los goliardos.
Gritos, desconcierto, sangre, caos.
Luego, silencio entre los vivos, sólo se escucha el disco de Grateful Dead.
- ¿Estáis bien? – pregunta el anfitrión.
Los goliardos se observan. Tras un sumario control de daños se dictamina que no hay ningún fallecido, sólo heridos leves, además del licor desperdiciado.
Protesta Zé Tubarao, “h*stia p*ta, Lobo de Bar, ya podrías haberte ido con San Bukowski o a tomar por saco”, pero lo dice en broma, en realidad no ha sido nada: pueden seguir bebiendo.

Amén

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