sábado, 12 de noviembre de 2016

Lobo de bar y su epopeya infame (Parte 7 de 9)

Tres días más tarde…
- Tremenda elipsis.
- Las elipsis están de moda, pueden ser un recurso rico e imaginativo, y resultan muy convenientes a la hora de ahorrar costes.
- No me jodas, hombre, ¿vas a dejar sin relato tan brillante etapa de mi epopeya?
- Si te soy sincero, Lobo de Bar, tenía escritos varios capítulos espléndidos, pormenorizando tus hazañas, pero se los comió un mapache.
- Mientes.
- Vale. En realidad aparecieron los Monty Python disfrazados de inquisidores españoles y les prendieron fuego.
- Eso sería algo inesperado.
- Nadie espera a los Monty Python disfrazados de inquisidores españoles, armados con la sorpresa, el miedo, eficacia despiadada, devoción fanática por el Papa y unos uniformes rojos preciosos.
- Sigues mintiendo.
- Bueno, ¿te resulta más creíble si te digo que tras nuestra última juerga me levanté indispuesto hasta tal punto que vomité con profusión sobre el manuscrito de forma que éste, por completo pringado, absorbió los infectos efluvios estomacales hasta quedar absolutamente ilegible?
- No me digas que, en el siglo XXI no lo escribiste a ordenador.
- El jodido siglo XXI. Me llegó la inspiración durante la misma bullanga, y escribí los capítulos en servilletas, ¿no te acuerdas?
- Ahora que lo dices, me quiere sonar.
- Acabáramos.
- ¿Y no podrías reescribirlos?
- No me acuerdo, y me da pereza.
- Pero entonces, ¿cómo van a conocer tus lectores mis hazañas?
- Puedo contarlas sumariamente.
- Adelante.
- En una carrera frente a Usain Bolt, te pusieron tus goliardos compañeros una botella de absenta en la línea de meta, gracias a lo cual, y al efecto de las esencias que aún tenías de cuando te las suministró Ferlosio, es decir, cargado de hipotaxis, anfetas y ansia por alcanzar la absenta, le venciste.
- Eso no fue así. ¡Por Dios y su prima la de Huelva! Le gané porque la carrera fue en coche, y no hay piloto más rápido que yo, para algo aprendí a conducir con el Collin McRae Rally de la Play.
- ¿Así ocurrió?
- Claro.
- Sea pues.
- Eres un narrador omnisciente de mierda.
- Sin faltar.
- Te faltaré si me sale de los c*jones.
- Luego recuperaste la amistad de Splinter enviándole una caja de botellas de Calvados.
- Y con buena voluntad.
- Obvio.
- Sigue.
- Visitaste el inframundo y volviste.
- Gracias a que no miré atrás y no hice caso a las insistentes llamadas de mis amigos pidiendo que me echara la última.
- Limpiaste los establos de Carlos Baute y su sonrisa en un solo día.
- Necesité un rastrillo zen.
- Asististe impasible a un concierto de Gogol Bordello.
- Con la borrachera que me embutía no me fue difícil mantener la calma.
- Y Miss Howley validó todas las pruebas con twelve points.
- No era para menos.
- Ahora, ¿podemos continuar?
- Por su puesto, procede.
Como iba diciendo, tres días más tarde, Lodo de Bar se encuentra – a nadie le sorprenderá -  en un tugurio no recomendable para almas puras. Sólo le quedan dos pruebas por superar: robar los gayumbos de Pablo Iglesias y follarse a una pija. No se siente preparado para afrontar la segunda, así que ha quedado con el más impetuoso de los goliardos, el sin par Zé Tubarao, para superar la primera.
Llevan ya unas cuantas copas y no han hecho ningún progreso. El barman, de cuidadas patillas, ha salido a la calle para fumar un petardo. Imprudentemente, les ha dejado a cargo de la barra. Abusan de su confianza. Es lunes y apenas hay noctámbulos. Las esculturas de unos velociraptores a tamaño natural les vigilan desde el fondo del tenebroso antro. Habla Lobo de Bar:
- Ojalá Pablo Iglesias fuera un personaje de nuestro tiempo. Entonces, bastaría con irnos con él de farra hasta que se pillase tal guaza que acabara con los gayumbos en la cabeza. Y entonces… ¡alehop!
Zé Tubarao, que estaba bebiendo, no puede contener una impulsiva carcajada que resulta en una torrencial expulsión de ron cola por la nariz. Su hilaridad no ha sido provocada por la imagen de un hipotético Pablo Iglesias borracho, en camisa, sin pantalones, con el nabo colgando y la ropa interior en la cabeza, sino porque “alehop” es una expresión recurrente de los goliardos, que evoca la primera experiencia anal con hembra que tuvo uno de los más corrompidos integrantes del grupo, conocido por razones que no vienen al caso como “El Domador”. Según sus propias palabras: “nos metimos en la ducha y empezamos a magrearnos, luego la puse de espaldas y se la empecé a meter. Como sabía que le iba el tema, le metí un dedo por el culo, luego otro, di vueltas y, cuando consideré que estaba lo suficientemente dilatado,… ¡alehop!”.
- Puto Lobo de Bar. Y puto Domador.
- Bien, como no conozco ningún Pablo Iglesias vivo, creo que no nos queda otro remedio que ir a la casa museo de Pablo Iglesias Posse en El Ferrol, quizá allí tengamos suerte.
- Yo tampoco veo mejor alternativa.
- ¿Arrancamos?
- Venga.
Se ponen en marcha, los goliardos. Su aspecto en contrapicado, a pesar de su paso renqueante, resulta imponente. En sus ojos hay determinación, enajenación, y total ausencia de autocontrol. Como a esas horas - ya sabemos por qué - no venden alcohol en los comercios, pasan por la cueva de Lobo y cogen unas cuantas botellas de su bien surtido mueble bar.
A continuación, no sin haberse bebido unos tequilas para darse aún más ánimos, bajan a por el coche del goliardo: un Lancia Delta rojo en pésimas condiciones de higiene. Introduce la llave Lobo de Bar, la gira y mete tercera, ya que no hay otra forma de arrancarlo. Según google maps, están a más de siete horas de distancia de Ferrol, de cuyo viejo apellido no quiero acordarme, pero no cuenta el programa con la demencial conducción del goliardo, que avanza a velocidad inconcebible por carreteras secundarias para evitar los controles de la Guardia Civil, mientras Zé Tubarao grita y fuma enfebrecido y cada pocos minutos le va pasando la botella de mezcal. Escuchan unos cassettes de Siniestro Total. Sólo se detienen en una ocasión, para repostar, en una gasolinera de surtidor único, una aparición en el páramo castellano. Siguen su camino en la oscuridad, uno de los faros del Lancia se ha fundido. A la altura de Monforte, Zé Tubarao, que no puede contener durante más tiempo la fuerte marejada de su estómago, vomita por la ventana un líquido parduzco.
Menos de una hora más tarde, menos de cuatro desde que salieron, con seis botellas de mezcal casi vacías sobre el asiento de atrás, llegan.
- Eres un animal, tampoco teníamos prisa.
- ¿Cómo que no? Hemos de actuar de noche, y antes de que abran el museo.
- Tienes razón, y cuando la tienes, te la doy. Faltan unas dos horas para el amanecer.
Aparcan en las inmediaciones y caminan hasta la casa de Pablo Iglesias, una casa muy humilde, la de un peón municipal. Tuvo que venderla su madre cuando el padre hubo muerto para poder emigrar a Madrid, a pie.
Las medidas de seguridad no son gran cosa en el edificio, desde luego, nada que no pueda ser superado por el arrojo de los dos criminales poco temerosos de Dios que la asaltan. Los goliardos rompen una ventana y entran.
El interior ha sido decorado libremente, con muebles que le pertenecieron después - no sé hasta qué punto es esto cierto, hay museos en todo el mundo que se toman la verdad muy a la ligera -, una cama adusta, un escritorio, librerías que ocupan las paredes del pequeño salón. Los goliardos recorren la casa alumbrando con las linternas de sus móviles, como dos vulgares rateros. Su escandalosa ebriedad les hace tropezar con frecuencia, la incursión no se parece en nada a todas las que hemos visto en películas sobre atracos perfectos.
Además de los muebles, hay letreros que relatan la vida y milagros de Pablo Iglesias. Lobo de Bar y Zé Tubarao, intentan leerlos, pero no tardan en perder el interés, porque van borrachos, porque ya saben lo que hizo en política, y porque, aparte de eso, fue un tipo serio.
En vitrinas sucias se exponen algunos de sus más queridos objetos personales: un peine para el bigote, una gorra, un ladrillo, un par de trajes y, sí, también unos gayumbos. La emoción embriaga a Lobo de Bar. Rompe la vitrina y levanta los gayumbos en señal de victoria. Con su inestable mirada ve que están algo roídos. No sigue con su análisis más allá de tal punto. El ruido de unas sirenas policiales irrumpe en la noche.
- ¡Copón! – blasfema Lobo de Bar, debía haber alarma.
- Rápido, Lobo, ponte los gayumbos y esconde la vitrina, o te los requisarán.
Procede el goliardo. Se coloca los gayumbos de Pablo Iglesias – no adquiere ningún superpoder - mete lo que queda de la vitrina debajo de la cama y rompe la que contiene el peine de bigotes para que sus cristales se confundan con los que ya hay en el suelo.
Cuando entra la policía, patada en la puerta mediante, les encuentran en medio de la habitación, con cara de culpables y el peine en la mano.
- Disculpe señor agente – dice Lobo de Bar -. Fue por una apuesta, un grave error, creo que me excedí en el consumo de espirituosos, en un intento bienintencionado de reactivar la economía nacional. Sé qué nuestra profanación es imperdonable. Estamos, creo sin riesgo de equivocarme que hablo por los dos, sumamente arrepentidos. Pagaremos los desperfectos, los de aquí y los de todos los museos que hayan asaltado esta noche en El Ferrol…
- Cállate, borracho. Poneros los dos contra la pared.
Los goliardos se ven cacheados, maniatados y conducidos al calabozo.

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