jueves, 10 de noviembre de 2016

Lobo de bar y su epopeya infame (Parte 6 de 9)

En un antro de su gusto (oscuro, extraño, barroco, trasnochado), Lobo de Bar bebe, en compañía del célebre Dr. Strangelove, al cual ha referido sus notables avances recientes. El doctor celebra la determinación de su colega, con fama de impetuoso y capaz de grandes proezas, al mismo tiempo que poco dado a esfuerzos como el requerido en la memorización del cantar de Mío Cid. Para asegurarse de que no le está tomando el pelo le pide que recite algunos pasajes, y Lobo de Bar cumple sobradamente, interrumpido eso sí, por un hipar episódico y molesto.
Brindan por el éxito de la gloriosa empresa y su supervivencia en el empeño, y el barman, de cara picada, escaso pelo y barba intermitente, tiene que volver a llenar sus apurados vasos. Lobo de Bar bebe al revés, intentando acabar con el hipo. Se aparece entonces Miss Howley, con aspecto de haber dormido poco y mal.
- ¿Vienes a hacerme otro control? – pregunta, voluntarioso y confiado, Lobo de Bar.
- Sería inútil, probablemente sacarías más de un tres. He venido porque me apetece una copa.
- Pues no se corte, señorita – dice el Dr. Strangelove - , ¿qué quiere tomar?
- Un vodka con kiwi.
Del susto, terminan los hipidos de Lobo de Bar.
- Extraña combinación – dice Strangelove.
- Las hay peores.
- ¿Está satisfecha con el obrar de mi pupilo?
- No va mal – dice, y añade dirigiéndose a Lobo –. Pásame ese vídeo que dices tener declamando el Mío Cid para que pueda examinarlo.
El goliardo, que tiene la impresión de que el doctor y la Miss están flirteando se sumerge en su móvil para buscar el vídeo probatorio. Por el camino se entretiene viendo otros vídeos de procaz cariz que no vienen a cuento. Cuando por fin lo envía y levanta la mirada, sus compañeros de barra se han sumergido en un húmedo y prolongado ósculo. “No pierde el tiempo, el doctor”, se dice, y se propone dejarles un poco de intimidad pero, en cuanto baja del taburete, Strangelove – los ojos todavía cerrados sobre el rostro de Howley - le caza del brazo, bastón mediante.
- Quieto ahí – dice cuando por fin libera su boca – necesitas asesoramiento.
- Pensaba que molestaba.
- En absoluto. Sólo que cuando me disponía a darte uno de mis sabios consejos esta belleza – Miss Howley se ruboriza – me ha distraído.
- Habla pues.
- Tu gesta marcha bien, mas deberías adornarla con algo épico, salvaje, atávico, que tenga el sabor de las epopeyas clásicas. Si hablar se me permite, te recomendaría que pases a la prueba de… - sonido de timbales.
Matar algún animal o ser mitológico
- Sí, eso está muy bien. Hércules mató al León de Nemea (y le despojó de su piel), a la Hidra de Lerna, a los pájaros del Estínfalo, capturó a la Cierva de Cerinea, al Jabalí de Erimanto, al Toro de Creta, e incluso robó las Yeguas de Diomedes. Pero no es fácil dar con un animal mitológico hoy en día. Para empezar, ¿qué animales mitológicos quedan? Ya no se ven unicornios, salvo que nos refiramos al narval, con grave riesgo de que Miss Howley lo considere inadmisible – la dama asiente - , el monstruo del lago Ness ha debido ser pasto de los peces o de algún pescador furtivo, tampoco aparecen en los últimos tiempos, tan controlados por la fotografía móvil, los grifos, los hipogrifos, las esfinges, las hidras, los krakens, los dragones…
- Los mitos han evolucionado, estamos en el jodido siglo XXI, piensa.
- ¿Qué nos queda? ¿un político honrado?, si lo hubiera sería una ignominia extinguirlo.
- Piensa mejor.
- ¿Tengo que matar a Pelé o a Maradona?
- Eso no son animales en sentido estricto. Anda, bebe un poco y dale unas vueltas.
Obedece, Lobo de Bar, se entrega al whisky con fruición. Para no distraerle, el Dr. Strangelove se sigue trabajando a la Miss. La besa y, no quiero ser indiscreto, pero creo que una de sus manos indaga en los arcanos que hay bajo su falda de lana.
Unos minutos más tarde, los ojos de Lobo de Bar se iluminan, móvil en mano, parece haber encontrado la solución. Se atreve a interrumpir:
- Ya lo tengo.
- Dinos, querido goliardo.
- Al parecer hoy en día, la juventud se halla enfebrecida en la búsqueda de unos nuevos seres mitológicos conocidos como Pokémon.
- ¿Eres conocedor del mundo Pokémon? – inquiere el Dr. Strangelove.
- En absoluto. Sólo sé que catervas de jóvenes persiguen ansiosamente por las calles de todo el globo a esos engendros inmundos y que su líder es el pequeño Pikachu. Lo aniquilaré.
- Pero – advierte Strangelove -, para poder entrar en su mundo tendrás que convertirte en dibujo animado.
- Puedo hacerlo.
- ¿Sabes cómo?
- Según tengo entendido, para convertirse en dibujo animado no hay más que pasar por una de las puertas pequeñas del imaginarium siete veces y, a continuación, introducirse una piruleta con forma de corazón por el orto.
- No es poco sacrificio.
- Estoy dispuesto.
- Adelante pues -  Miss Howley da su beneplácito.
- No se hable más.
El peligroso goliardo se termina la copa y pide otra en vaso de plástico para acometer su misión en condiciones favorables. Sale del antro.
- ¡Suerte! – se despide el Dr. Strangelove.
En la calle es noche oscura. Lo primero que hace el goliardo es bajarse el Pokémon go, indispensable instrumento de búsqueda, a continuación escribe a sus conocidos pidiendo colaboración en la por lo visto difícil tarea de hallar a Pikachu. Constata así la gran utilidad de las redes sociales en este mundo postmoderno e hiperconectado. Mientras espera respuesta de cualquier friki enfermizo que por algún insólito motivo esté entre sus contactos se dirige al primer Imaginarium que le viene a la cabeza, uno no muy lejano, el del casco antiguo. Por el camino se avitualla de whisky en un bar de viejos.
Como era de esperar por lo intempestivo de la hora, el comercio está cerrado. Sabemos de otras ocasiones que Lobo de Bar, sin ser James Bond ni el inspector Gadget, tiene sobrados recursos. Se cuelga de una señal de Stop aledaña hasta que la derriba, pues se parte cerca de la base, y se arma con ella para utilizarla como ariete contra la verja del Imaginarium. Después de varios intentos, mientras suena implacable la alarma, consigue abrir un butrón de tamaño suficiente y pasa.  En el proceso se corta en piernas y brazos, y teme que aparezca la policía antes de que termine la operación, pero consigue atravesar la persiana las veces convenidas y, mientras escapa a la carrera, con los pantalones a medio bajar, se sodomiza con una de las piruletas de corazón que suele llevar en el bolsillo.
Por algún extraño motivo suena la canción de Willy Fog, interceptada por Mocedades, a Lobo de Bar le crecen los ojos, se estiliza, adquiere aspecto de sí mismo en versión manga. El mundo en rededor parece sacado de una película de Satoshi Kon. Deambula por las calles del casco viejo, algo aturdido, se mete en un bar. Lo regenta un indio navajo, se saludan y pide otra copa. De las paredes cuelgan winchester, revólveres, atrapasueños, mandalas y otras mandangas tribales. El goliardo consulta su móvil. Todavía no encuentra noticia verificada de Pikachu, aunque los rumores le sitúan en el antiguo recinto de la Expo.
Como es un hombre de acción no espera la confirmación. Sale del garito y se pone en camino. Al pasar por una cuchillería rompe el escaparate y se apodera de un hacha. Llega a la ribera del río. Le gusta la noche, la luna asoma entre las nubes, se refleja en las aguas lúgubres. Apenas hay paseantes, sólo un par de grupos que probablemente buscan bares, gente con perros y algún tarado. Cruza el río por una pasarela. A diferencia de otros días, el viento es soportable.
El recinto de la Expo resulta especialmente desolador en dibujos animados. Los pabellones emergen espectrales con las marcas del abandono y el paso del tiempo. Lobo de Bar avanza, recordando cómo aquel lugar estuvo lleno de vida durante unos meses. Con la excusa de hacer visitas culturales, en general anodinas, se pilló unas cuantas buenas guazas, y se trajinó a alguna que otra forastera. A lo lejos se levantan una torre y un puente representativos del evento, hoy infrautilizados.
Lamenta Lobo de Bar no haberse equipado con más bebida. Está seco. En el trayecto ha visto algún Pokémon, pero eran vulgares, él busca a Pikachu. Con su color pollo no debería ser difícil de encontrar, pero por mucho que escudriña no lo encuentra. Las redes sociales no le ofrecen nuevas pistas, quizá haya ido en vano hasta allí, sólo para despertar algunos viejos fantasmas de su memoria.
Cuando llega a una fuente decide meter un rato los pies, para refrescarse un poco, ya que no puede hacerlo por vía oral (no hay en los alrededores ningún sitio donde comprar alcohol). En la fuente, en vez de una estatua, hay un curioso y colorido mural con un gigantesco pulpo. Está en la linde del recinto, más allá, junto al río, hay una agrupación de árboles que no llega a la categoría de bosque.
Entre las sombras ve algo que se mueve. Un bichito amarillo que se asoma juguetón tras el tronco de un árbol. Sí, es Pikachu. Lobo de Bar empieza a correr, descalzo, blandiendo el hacha. El animalito tarda en reaccionar, no debe ser muy listo, porque la expresión del goliardo es claramente inamistosa, por fin se da la vuelta y huye. Quizá debiera haberse subido a un árbol, o esconderse, pero lo que hace es salir a la intemperie del asfalto, demasiado visible. Lobo de Bar, enajenado, sin importarle estarse destrozando los pies, recorta distancias. Está a punto de alcanzarle cuando el maldito Pokémon, que debe sentir su aliento, se da la vuelta. Los dos se detienen y se observan.
La batalla parece desigual, el demente bigardo parece un coloso al lado de la mascota, pero Pikachu salta y no sé qué mierdas hace que lanza unos rayos la mar de chungos sobre Lobo de Bar, para algo es un animal mitológico y eléctrico, aunque sea de una mitología un tanto naíf.
Huele a chamusquina. Los rayos han impactado en el goliardo, está un poco socarrado, por fortuna, el abundoso alcohol que transporta su sangre mitiga el dolor y tampoco ha sido demasiado potente la descarga. “Mucha parafernalia para una mierda de calambre”, se dice. No va a tener otra oportunidad, Pikachu, que ha quedado débil por el derroche de energía. Su enemigo se lanza sobre él y le clava el hacha en la cabeza, con tal ímpetu que separa su cráneo en dos, aproximadamente por la mitad. La sangre y el escaso seso del bicho se esparcen sobre el cemento. No lo llora Lobo de Bar, quizá lo hagan otros, quizá hasta le pongan velas.
El goliardo hace una foto del cadáver y la envía a Miss Howley y a Strangelove. Ha creado un grupo de whatsapp para la ocasión, “Pikachu caput” se llama. El doctor no debe estar tan ocupado como Lobo de Bar le suponía porque no tarda en responder:
Dr. Strangelove: Eres un sádico.
Lobo de Bar: Tú me sugeriste que matara a un animal mitológico.
Dr. Strangelove: Tampoco hacía falta extralimitarse. Para ese bicho, con un poco de matarratas valía.
Lobo de Bar: Bueno, ya está hecho.
Dr. Strangelove: De todas formas, sabes que hay más Pikachus, no?
Lobo de Bar: Cóóóómo? No jodas.
Dr. Strangelove: Ay… No tienes ni guarra idea del mundo Pokémon.
Miss Howley: Ni de té.
Dr. Strangelove: Es como una raza.
Lobo de Bar: Mierda puta.
Miss Howley: X mi parte ok, supongo que sigues borracho como una rata.
Lobo de Bar: Lo voy.
Miss Howley: No hace falta que mates a todos los Pikachu.
Lobo de Bar: Ahora ya me habéis puesto en canción.
Dr. Strangelove: Aborta, Lobo, vuelve al bar.
Lobo de Bar: Tengo un plan.
Deja el teléfono, el goliardo, y se lo guarda en el bolsillo. Al ver que un Pokémon con apariencia de lagarto con una llama en el culo ha llegado hasta la ruina de Pikachu y que llora desconsoladamente, ha tenido una maquiavélica idea. Se acerca hasta él y dice:
- Una pena esto, ¿eh? Con lo majo que era Pikachu… – el lagarto de la llama en el culo asiente, con los ojos brillantes e inundados de lágrimas - . ¿Quién habrá sido el c*brón? – el lagarto se encoje de hombros o algo parecido, sin que se le pase el berrinche – Sé que lo estás pasando fatal y me gustaría ayudarte… - el lagarto suspira - Tengo un amigo que consigue sustancias muy útiles cuando se apodera de tus entrañas un profundo dolor, hasta tal punto que crees no poder sacarlo y te sientes morir – el lagarto se lleva la mano al pecho - . Te daré su teléfono, es conocido como el Turuta, cuando le llames dile que vas de mi parte – el lagarto saca su pequeño móvil y apunta el número – y diles a los demás Pokémon que pueden hacer lo mismo.
 Lobo de Bar deja al compungido animalucho y se aleja del decadente recinto de la Expo. Ve cómo muchos otros Pokémon peregrinan hacia el lugar donde feneció Pikachu. Ya es suficiente. El goliardo extrae de su recto la piruleta de corazón, derretida y desgastada, y la arroja al río. Tiene el ojete de color carmesí y bastante pegajoso.
En pocas semanas, los Pokémon caen como moscas. Al parecer, tras su apariencia infantil y estúpida son unos bichos infantiles y estúpidos pero también profundamente depravados y, como sospechaba Lobo de Bar, proclives a la adicción. Durante los días que dura la loca orgía de desenfreno Pokémon, un auténtico apocalipsis, se ven por las calles cientos de estos animalitos - porque encima les da por procrear - fumando crack, picándose la vena, esnifando pegamento, o saliendo de los after hasta el culo de speed, de mdma y de ketamina, para escándalo de jóvenes y viejecitas. Sin duda, un espectáculo grotesco.
El último en morir de todos los Pokémon del universo y parte del extranjero es un Pikachu hembra, que en su lecho de muerte, carcomida por el Krokodil, en medio de horribles alucinaciones o cerrando un inexplicable bucle espacio temporal con paradoja Bootstrap incluida, susurra:
- Me pica el chumino.
- Me pica el chum…
Cada vez más débil:
- Pica el chu
- Pikaelchu
Muriendo en medio de terribles dolores:
- Pikachu
- Pikachu
Fundido en negro.

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