miércoles, 26 de octubre de 2016

Lobo de bar y su epopeya infame (Parte 2 de 9)

Para aprovechar los excesos de adrenalina y energía inherentes a la excitación derivada del inicio de su epopeya, Lobo de Bar decide comenzar por una prueba que exija un importante esfuerzo físico. En concreto, después de dar buena cuenta de una de las botellas de Wild Turkey traídas por el Dr. Strangelove, sopesadas diferentes alternativas, decide hacer llorar a Spiderman.
No es que Lobo de Bar sea muy dado a hacer llorar a la gente, es más proclive al fomento de la alegría, el desenfreno y el alborozo; mas tampoco es nuevo en tal cometido, y si tiene que provocar las lágrimas de alguien, mejor que sean las de un superhéroe, gremio por el que siente una animadversión no muy acorde con su habitual filosofía del “vive y deja vivir”.
- Es que, como bien sabes narrador omnisciente, los superhéroes me sacan de quicio: son odiosos, prepotentes, falsariamente humanos, paternalistas... y tienen un terrible gusto en el vestir.
- Pero, han salvado al mundo en innumerables ocasiones.
- De peligros creados casi siempre por ellos mismos.
- Eso no es del todo cierto. Y, además, tienes con los superhéroes no pocos rasgos en común, como por ejemplo tu doble y artificiosa vida, o tu afición por destrozar el mobiliario público.
- Que te jodan, narrador de los c*jones.
- No sé, Lobo de Bar, me preocupo por tu reputación. Tras tus aciagos enfrentamientos con Superman y con Batman, ahora vas a por Spiderman... eso no les va a gustar a muchos, es muy impopular.
- Me da igual.
- ¿No te estarás convirtiendo en un supervillano?
- Agárremela con la mano.
El pobre recurso que utiliza Lobo de Bar para no darme una verdadera respuesta me hace comprender que no desea perder su valioso tiempo argumentando. Sería inútil insistir, seguiremos sus pasos en silencio.
- Mejor.
Aunque lo de “pasos” no es del todo exacto, porque el goliardo avanza exprimiendo al máximo las capacidades mecánicas de una tosca bicicleta urbana de alquiler, lo que además de medio de transporte, también le sirve como ejercicio de entrenamiento y puesta a punto para su futura carrera contra Usain Bolt.
Contraviniendo los términos del contrato y las ordenanzas de circulación, Lobo de Bar se aleja de los límites de la metrópoli para adentrarse en un bosque, primero por un tortuoso camino, luego campo a través, y no sin dificultad, ya que la bicicleta, además de tener las ruedas demasiado pequeñas ante el tamaño de los baches, es asaz pesada y poco versátil para todo lo que no sea circular por un terreno bien asfaltado, recto y cuesta abajo.
El goliardo opta por abandonar el vehículo y depositarlo en el suelo sin mucha delicadeza a la voz de “a tomar por el culo”. No teme represalias por los daños provocados en el trasto porque lo alquiló con el carnet de otro. En pie, mira a su alrededor. El aire del bosque es puro y limpio y su aroma no se parece en nada al de los ambientadores con olor a pino, árbol predominante en la zona. Se enciende un cigarro.
Que haya venido a este pinar no es un hecho casual. Tenía información privilegiada. Un viejo amigo, afanoso recolector de hongos, solía frecuentar tal bosque antes de que le encerraran en el trullo por espolvorear setas de la risa en la comida del geriátrico donde trabajaba como cocinero, y le había contado que, en no pocas ocasiones, había tenido encuentros con Spiderman, al parecer aficionado al retiro campestre cuando no estaba ocupado en enfrentarse a malhechores absurdos, pagarle refrescos carbonatados a Mary Jane o en llevar su pijama a la tintorería. La afición por los psicotrópicos de su amigo no le convertía en la fuente más fiable, pero no tenía otra mejor.
Lobo de Bar camina por el bosque, atento a la orografía, la posición del sol y el desarrollo del musgo para no perderse. Ameniza su paseo con tientos a una botella de pacharán que compró por el camino, ya que una parte indefectible de su gesta es enfrentarse a las pruebas con un grado de embriaguez considerable. En concreto, en la letra pequeña de las condiciones dice que el espíritu de Miss Howley puede aparecerse en cualquier momento para efectuar una prueba de alcoholemia que, de mostrar un nivel inferior a dos miligramos por litro de sangre, implicaría la suspensión inmediata del reto con el resultado de “no superado” o, lo que es lo mismo dicho con épica y mal gusto, de “clamoroso fail”.
No es de extrañar que, con tamaña borrachera, Lobo de Bar no emplee bien sus recursos orientativos y esté dando vueltas incongruentes por el bosque. En cualquier caso, disfruta de su incursión en lo salvaje: ve unos ciervos, un jabalí, pajarillos, alguna extraña flor y no pocos preservativos usados, ya que no se halla lejos de una rotonda de la carretera de circunvalación donde trabajan varias meretrices por turnos para solaz de camioneros y otros conductores, y no es extraño que vendedoras y clientes se internen en la floresta para perpetrar los actos coitales contratados.
Inopinadamente, el goliardo oye unos gritos agudos y advierte, al mirar en la dirección de donde cree que proceden, un extraño brillo entre dos árboles. Se trata de una gigantesca tela de araña en la que ha caído atrapada una ardilla roja, la cual se debate con exasperación entre la vida y la muerte. Lobo de Bar se aproxima al lugar de la captura todo lo sigilosamente que su cogorza le permite, que no es mucho. Al llegar a las inmediaciones de la tela ve como el mítico hombre araña, después de descender con circense agilidad desde las alturas del árbol, rescata al afligido roedor y lo acaricia delicadamente.
- Pobrecita ardilla, pobrecita ardilla - murmura el superhéroe.
- ¿Y qué pretendía cazar con semejante telaraña? – bocea Lobo de Bar, desde debajo.
- Oh – Spiderman no parece sorprendido ni alarmado por la presencia de Lobo de Bar -, nada, a veces las pongo por distracción.
- Bueno, tenga más cuidado la próxima vez, sólo espero que no caiga en sus redes ninguna especie protegida.
- No, no, no se preocupe. ¿Acaso es usted guarda forestal?
- No exactamente. No nos hemos presentado. Me llamo Lobo de Bar, usted es Spiderman, supongo.
- Así es pero, por favor, tutéame.
- De acuerdo, Spiderman, tú también puedes tutearme.
- Gracias.
- Me había hecho a la idea, al parecer errónea, de que eras un personaje eminentemente urbano.
- Ay – Spiderman suspira – la vida en la gran ciudad acaba por ser agobiante, de vez en cuando siento la llamada de la naturaleza.
- ¿Por los efectos animalizadores de la picadura de la araña?
- No, yo creo que la llamada de la naturaleza se debe más a mi romántico espíritu que a los instintos de mi lado arácnido.
- Vaya, vaya. ¿Sabes? Quizá no venga al caso, pero mi hermano siempre ha sostenido que tu historia, con ese rollo de la picadura de la araña radioactiva y toda esa mierda es bastante infantiloide y estúpida. A nuestro tío Venancio una vez le picó una araña en los genitales y la verdad es que no obtuvo superpoderes, salvo que se considere un superpoder que se te inflen las pelotas como si fueran balones suizos en medio de terribles dolores para dejar a posteriori, al reducirse la hinchazón, un escroto flácido y descomunal que, imposible de esconder, siempre asomaba por debajo de la pernera de sus pantalones. Es verdad que a ti no te picaron en los testículos y que la araña a la que me refería no era radiactiva, pero la diferencia de resultados es realmente llamativa e incita al escepticismo.
- Bueno, no sé qué decir, debo de tener mucha suerte.
- Está claro. Espero no estar ofendiéndote, sólo te transmito algunas observaciones de mi hermano, que suele ser muy crítico y que, sospecho, te tiene algo de tirria.
- ¿Era fan de algún otro superhéroe?
- En realidad no. Creo que detesta a todos los superhéroes.
- Es que me pasa mucho. Eso de que me ninguneen porque prefieren a otros, digo.
- No me extraña, desde luego, hay superhéroes mucho más populares: Superman, Batman, el Chapulín Colorado, y si atendemos a la recaudación de las películas, te superan Los Vengadores en conjunto y, por separado, también Iron Man y el Capitán América.
- Bueno, en la última del Capitán América también salía yo.
- En un papel muy secundario... pero no te des mal, Spiderman, el público es caprichoso y, no pocas veces, injusto.
- Gracias por tu consuelo, señor de Bar.
- Y no me detendré ahí, permíteme que te ofrezca un poco de pacharán casero.
El presunto superhéroe desciende por la tela y, bocabajo, con gesto conmovido, acepta la botella que le extiende el goliardo.
- Lo que sí debe ser deprimente – continúa Lobo de Bar - es que, para representarte en pantalla grande eligieran a Tobey Maguire, el cual tan bien encajaba como patán apocado y sudoroso en Miedo y asco en Las Vegas y que, desde luego, no es Christian Bale, ni George Clooney, ni Christopher Reeve, ni Hugh Jackman, ni Robert Downey Jr... ni siquiera Ben Affleck.
- No sé a dónde quieres llegar.
- A que tiene que ser un poco duro que te vean como a un freak timorato y sin grandes virtudes en vez de como a los buenorros machos alfa fornicadores que representan a la mayoría de los superhéroes.
- Nunca lo había visto así.
- Tampoco tiene importancia. No te deprimas, Spiderman.
- Si yo no estoy deprimido.
- No te preocupes, tú sigue ahogando las penas conmigo, así se hacen más llevaderas, toma otro trago de este delicioso pacharán.
Comienza a sospechar, Spiderman, que su interlocutor no es un individuo cualquiera que pasaba por allí. Teme que se trate de un nuevo enemigo que ha ido ex profeso a aniquilarle con enrevesados juegos mentales, aprovechando que, en realidad, además de poco viril, tampoco es muy listo. Lo peor de todo, se dice, es que quizá esté consiguiendo su objetivo, porque la desazón y la tristeza empiezan a dominar su espíritu.
- Seguro que te sientes mejor después de ese trago.
- La verdad es que no mucho.
- Pues no te cortes, sigue dándole al pimple. Con unos buenos lingotazos será más fácil sobrellevar el que tengas que ver tu patética imagen ante el espejo cada mañana, sobre todo cuando llevas ese lamentable traje elástico que ni siquiera resulta original, ya que mezcla de los colores de Supermán, con la máscara de los luchadores mexicanos y un estilismo de la sección de pijamas del Stradivarius.
- ...
- Bebe, bebe, Spiderman, también así olvidarás los sinsabores de tu relación con Mary Jane a la cual, por cierto, vi el otro día en el pornotube protagonizando un torrencial bukake multiétnico con no menos de dos docenas de hombres.
- Eso no es cierto. ¡Basta!, Lobo de Bar – le devuelve la botella.
Una lágrima está a punto de escapar del ojo de Spiderman. El superhéroe se contiene, no puede dejarse llevar, millones de fans le contemplan. Salta desde su tela para propinarle una patada en el pecho a Lobo de Bar, al que pilla desprevenido.
- Sé lo que pretendes, traicionero charlatán, ¡pero no podrás conmigo!
- Spiderman, por el amor de Dios, ¿qué haces? Yo sólo intentaba entablar una conversación puramente amistosa. Perdóname si los comentarios de mi escéptico hermano te resultan hirientes. Creo que estás pagando tus inseguridades conmigo, y eso no es justo...
- ¡Cállate! Tus lamentos y juegos verbales no funcionarán.
- ... ¿qué diría tu íntegro tío Ben, difunto por tu egoísmo y negligencia, al respecto?
- Basta, ¡basta!
Se tiraría de los pelos el presunto superhéroe, mas la máscara se lo impide. Dirige su furia hacia Lobo de Bar que, incapaz de reaccionar a tiempo por sus excesos etílicos, recibe un mediocre puñetazo arácnido en el pómulo.
- ¿Eso es todo lo que eres capaz de hacer, nenaza?
Lobo de Bar se abalanza sobre Spiderman y le da un impetuoso cabezazo en la boca del estómago que casi le deja fuera de combate. El adulto con máscara y colorido pijama trata de reponerse y, para ganar tiempo, lanza por su muñeca una telaraña que atrapa al goliardo.
Se revuelve, Lobo de Bar, en la pegajosa red, por unos segundos se cree derrotado, pero consigue sacar un zippo de su bolsillo y con una cuidadosa utilización de su llama se libera. Spiderman, sensible a los golpes en la boca del estómago, el aguardiente anisado y a las críticas, está vomitando junto a un árbol.
“Estás hecho mierda, Spiderman”, dice Lobo de Bar, aproximándose, y el vergonzoso superhéroe no puede o no quiere reaccionar. El goliardo le asesta un contundente botellazo cuando levanta la cabeza para mirarle con expresión compungida. Cae Spiderman al suelo y Lobo de Bar, enfurecido por la pérdida del pacharán, pues la botella se ha roto, se coloca sobre él.
- Yo sólo quería hacerte llorar. ¿Vas a llorar, Spiderman?
- Nunca, soy un superhéroe de la Marvel.
El hombre araña espera que Lobo de Bar intente golpearle y está preparado para contraatacar. No sabe que el goliardo es un hombre de recursos. De su bolsillo del vaquero saca un pequeño bote de salsa que siempre lleva encima para casos de emergencia relativos a alimentos no lo suficientemente condimentados. Se trata de un botecito de salsa de chile habanero. Lo abre y lo introduce en la boca de Spiderman.
- ¿Te gusta el picante, arañita?
- ...
Apenas derrama unas gotas del casi agotado recipiente. Spiderman, con curiosidad e imprudencia, las saborea. No lo vemos por la dichosa máscara, pero su rostro y su cuello se congestionan: se ponen rojos, morados, se hinchan, y su cabeza parece estallar por sus ojos en un incontenible llanto que desborda la infantil máscara.
Lobo de Bar se pone en pie, victorioso, observa cómo Spiderman llora desconsolado. Encara el horizonte, teñido por la luz crepuscular pero, antes de irse, se da la vuelta y se despide del humillado hombre araña:
- No quiero ser cruel, arañita, pero más terrible será tu llanto cuando la irritante capsaicina del pimiento, tras un largo viaje por tus sobrehumanos estómago e intestinos, llegue a tu heroico recto.

2 comentarios:

Sergio DS dijo...

Desde luego eres un especialista en hacer llorar a los súper héroes, aquí el Superehore que suscribe, lo ha hecho de risa...
:)

Lobo de Bar dijo...

Me alegro de que así lo vea Superehore, un honor.