sábado, 3 de octubre de 2015

Homenaje a El mundo today

Rajoy confunde a Tyrion Lannister con un niño y le besuquea en plena campaña electoral.
El querido SPOILER parricida, que estaba de vacaciones en Pontevedra, no da crédito a lo sucedido. Estaba ensimismado en sus planes de aniquilar a su hermana Cersei Lannister cuando le aupó el político y posó sus húmedos labios sobre su faz. Mi primera reacción, asegura, fue decir que no volvería a este país, "pero me gustan demasiado sus tascas".

Pablo Iglesias niega que le hayan sobornado con tiques regalo del Alcampo.
"Lo intentaron, pero soy incorruptible" declara.

Jordi Hurtado confiesa que escribió su primer libro con pseudónimo: San Lucas
"Por aquel entonces era muy tímido". El conocido presentador reconoce que no vivió los hechos de primera mano sino que los escuchó retransmitidos por Matías Prats.

El Papa confiesa que es paraguayo.
"De pequeño me gustaba la ternera y quería ser psicoanalista, por eso me cambié de nacionalidad. Hice bien, hubiera sido muy difícil llegar a Papa siendo paraguayo. También ganar dos mundiales". 

Jordi Hurtado niega que las pinturas de Altamira sean obra suya.
"Al menos no todas", dice con modestia. Siempre se me dio fatal dibujar a los mamuts, de eso se encargaba mi tío Atanasio.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Discurso de un goliardo en la boda de su hermano

Por fin te casas hermano coñón, gandul, holgazán desaseado...

(Azoramiento fingido) Uy, perdón, esta parte está tachada, creo que no tenía que haberla leído. El discurso oficial debe ser el que aquí empieza:

Queridos familiares, amigos y otros.

Al valorar la conveniencia de leer este sermón en la Iglesia encontré ventajas, como demostrar qué gran cura se perdió el mundo por culpa del celibato. O el poder darlo impreso junto a los evangelios, todo un honor, para que, con los subtítulos, se pueda entender lo que no vocalice.

Sin embargo, me dije que estaría muy feo pronunciar en la casa del Señor las palabras malsonantes que probablemente aparecerían, como por ejemplo “cojón”, para decir que un día lo pasamos de cojón o que mi hermano tiene cada cojón más grande que los dos del caballo de esparteros juntos.

También quería evitar el uso de blasfemias y citar la hostia no en el contexto de la comunión, sino para decir que un día mi hermano se puso pesado y tuve que calzarle dos hostias o que otro día se enganchó una borrachera de la hostia...

Aprovecho para decir que este discurso no es para todos los públicos, si había algún niño en la sala, debería haberse marchado.

Mi disertación se centrará en mi hermano. No porque Julieta no merezca unos cuantos de mis insultos, que sin duda los merece, sino porque he aguantado a Romeo durante muchos años y el resquemor es más grande.

Es más, ahora le aguanta ella y yo me libro un poco. Más de doce años lleva con él, quién le iba a decir que iba a ser tan larga... la resaca de aquella nochevieja.

Pero vayamos al pasado. Mi hermano fue un niño muy tocapelotas. Se podía tirar el día colgado encima de ti como un mono para que le hicieras caso, tenía cierta predisposición a chivarse de mi casi siempre irreprochable comportamiento y, además, se tiraba pedos como un gañán.

(Como improvisando) Empiezo a arrepentirme de no haber leído esto en la iglesia. Como John Cleese, de los Monty Python, fue el primero en decir “fuck” en un funeral televisado, yo podría haber sido el primero en decir “cojón” en una iglesia de Soria.

En fin... En su infame infancia, además de molestar, chivarse y pederse, mi hermano era aficionado a dar mordiscos, primero a mí, hasta hacer herida, luego a sus amigos y, más tarde, a las chicas. Algo estaba cambiando.

Contra todo pronóstico, el muchacho empezó a reformarse. Supongo que mi virtuoso ejemplo y, sobre todo, las palizas que le di, sirvieron para algo.

Y es que, hay que reconocer que, aunque siga siendo un tanto friki, tras muchos años, botellas de wild turkey y lecturas de Bukowski, se ha convertido en un degenerado de provecho. Entre otras hazañas, se sacó la carrera con premio extraordinario, consiguió trabajo fuera del circo, subió los cinco puntos del Machu Picchu en un solo día y, lo más sobresaliente: es capaz de beber más cerveza que un lanzador de peso búlgaro y de quedarse dormido de pie en los bares  - a veces, después de haber dicho el abecedario en un eructo.

Tampoco hay que quitarle mérito al hecho de que conquistase a una mujer como Julieta, que aunque no sea muy de fiar porque bebe ron - sí, los que bebéis ron no sois de fiar y los que bebéis bitter kas, tampoco - al fin y al cabo tiene las facultades mentales más o menos en orden y, en líneas generales, es aceptable para un Chewbacca como mi hermano.

Más de doce años llevan juntos... quién lo iba a pensar. Y más de cinco viviendo bajo el mismo techo, eso sí... en camas separadas.

Todos los que estáis aquí conocéis a Julieta y a Romeo, creo que me estoy extendiendo demasiado - podría decir incluso que me estoy extendiendo un cojón - con el relato de sus vidas y milagros. No seguiré, quien quiera saber más, que se compre sus memorias.

Y, precisamente porque les conocéis, me puedo saltar la parte empalagosa en la que digo que son maravillosos, que hacen una pareja ideal y todas esas mariconadas.

También evitaré otros tópicos, como ese que dice que no pierdo a un hermano sino que gano a una hermana o que si tomas una cucharada de aceite antes de las copas no tendrás resaca: son una mierda.

Así que creo que sólo me queda desearles lo mejor, transmitirles mi profundo afecto, y rogarles que me liberen pronto de la presión a la que estoy sometido como primogénito: la de inundar el mundo de churumbeles.

(Hacia los novios, saco unos DVDs del bolsillo) Para ello, os he traído unas películas didácticas: Debajo del abeto te la meto 3, Iba al trabajo y me comieron lo de abajo 6, etcétera, porque supongo que después de más de doce años de castidad andaréis un poco perdidos en esos temas.

Ahora en serio, y disculpad mis bromas. Sinceramente os deseo... que os vaya de cojón.

Salud



jueves, 14 de mayo de 2015

Esos días sin plan

Un delirante Lobo de Bar amanece por la tarde cubierto de sudor. Hay 33º grados en su casa, considera imposible dormir. La noche previa terminó de forma no muy digna en el autobús de vuelta de unas fiestas patronales alteradas por la tormenta. Unas fiestas que se preveían a la intemperie y terminaron en un bar de carretera con futbolín, precios módicos y un singular dueño peruano-nipón.

Pero aquello queda lejos. Ahora lo que hay es una luz cegadora, un cuerpo que suda whisky y una cuestión problemática. Lobo de Bar se plantea si pasar la resaca en la piscina donde puede hallar a la ninfa que le rompió el corazón o si abrir una cerveza.

En la piscina podrá leer, refrescarse, permitir que su hígado y sus riñones terminen de depurar los excesos del ayer, y puede que vea a la ninfa, y quizá le vuelva a romper el corazón, o quizá le abra la puerta a un mañana diferente.

Si se toma una cerveza su nivel de alcohol en sangre volverá a parámetros desconocidos por los cosacos del Volga y dará comienzo una nueva jornada de degeneración con imprevisibles consecuencias.

Escuchamos el sonido de una lata de Ambar que se abre.

Como es verano Lobo de Bar ha dejado temporalmente el rock y el oporto y se abandona a la cerveza con limón y a los sonidos africanos y latinos. En concreto ha descubierto un disco añejo llamado Los diablos del ritmo, óptimo para arrojarse por una espiral cálida y demente.

Es un sábado de agosto sin plan preconcebido. En principio no hay nadie disponible en la ciudad y las primeras cervezas y horas transcurren en solitario, con el único acompañamiento de esa música tropical enloquecida. Su mente deambula por los acontecimientos vividos en las últimas semanas. Ha terminado de escribir un libro, ha perdido un amor, se ha reencontrado con otro, ha visto que la vida sigue, las canas proliferan, y el alcohol le acompaña entre amable y traicionero en su descenso autodestructivo.

Durante tal vorágine, Lobo de Bar ha mandado botellas con mensajes que incitan a la farra, algunos se perdieron en el océano, otros no obtuvieron resultado, dos logran que su destinatario acuda raudo a la llamada del gintonic vespertino.

En su decadente salón, dos viejos amigos preparan con ginebra, limón y tónica un combinado adusto, alejado de las ensaladas a la moda. La conversación se anima y les lleva a destinos lejanos, a viajes recientes y a guazas antediluvianas, casi perdidas en su memoria, a guazas que fundamentaron amistades ilógicas con vínculos difíciles de romper.

Arrastrados por responsabilidades probablemente vergonzosas, los contertulios de Lobo de Bar desaparecen. Él podría desistir y dejarse vencer por el sueño, pero confía en la bendición de San Bukowski para los planes imprevistos, confía en esos días de los que nada se espera y terminan siendo memorables.

Uno de sus amigos le sugirió que fuera a cenar con dos sujetos para él ignotos que, gracias a su recomendación, le ofrecen compañía. Alegre de abandonar su casa, Lobo de Bar monta en una bici y recorre la ribera del río al anochecer: mosquitos, murciélagos y parejas acarameladas y sorprendidas en actos en mayor o menor medida impuros.

Los amigos de su amigo son dos tiradores de élite, uno de ellos exagente de la KGB. Le llevan a un excelso bar de tapas donde se funden tradición y modernidad en la búsqueda de nuevos matices para platos de siempre.

Tras la cena, abundosa y bien maridada, deciden facilitar la digestión ingiriendo licores en una terraza. La temperatura es óptima. Los tiradores de élite cuentan anéctodas de su profesión con gracia, saben imprimir a las historias intriga y tempo, y plagarlas de personajes carismáticos. Lobo de Bar, halagado por las atenciones que le prodigan, no intenta competir con relatos tragicómicos teñidos por lo surreal. Esta noche no es su papel.

Cuando la terraza cierra se retira el exagente. Los dos perdidos restantes se encaminan a una taberna irlandesa. Allí hay más alcohol y una camarera que se distingue por la elegancia que emana de su cuerpo, que nace en una espalda descubierta, pasa por un cuello que reclama mordiscos y llega  hasta unos ojos conocedores de los arcanos de la seducción y del sexo.

Se dejan conquistar por la sacerdotisa del templo hasta que, a la hora de cierre, huye en una calabaza de 220 caballos. Son las cinco de la mañana, una hora de retirada razonable. En las inmediatas cercanías no hay tugurios abiertos. Se van todos.

Todos menos Lobo de Bar.

Han sido muchas las ocasiones que ha tenido a lo largo del día y de la noche para recogerse, muchos los trenes camino a la cordura que ha dejado pasar. Pero no ha tenido bastante.

Camina hasta un antro donde se refugia lo más granado de la caterva noctívaga, la élite de la depravación insomne. Allí beben espirituosos infames sin atender a la música, digna del averno, con temeraria despreocupación, sin importarles, en absoluto, el mañana.

Hace tiempo que Lobo de Bar se mueve en los círculos dantescos de la ciudad y no es raro que se encuentre a varios conocidos con los que comparte conversaciones beodas e incluso partidas de ajedrez. Y en ello pasa el tiempo mientras amanece, cantan los pájaros y la gente temerosa de Dios asiste a la eucaristía dominical.

Lobo de Bar se plantea por fin abandonar ese barco ya naufragado, pero en su incipiente huida divisa a una profesora de su época universitaria Es una de las pocas que gozaban de su simpatía, de forma que la saluda e inicia una conversación delatora de excesos etílicos cuyo tema estrella es la universidad: ente y circunstancia.

Pronto llegan a lo personal y hablan de ella como profesora y de él como alumno, y se respira en la atmósfera que ambos preferirían estar solos. Los prudentes acompañantes de la maestra se retiran, y quedan profesora y exalumno conversando, sin que parezcan extrañados por lo inhabitual del encuentro y la situación ni por lo intempestivo de la hora.

Lobo de Bar confiesa que fue una de sus mejores profesoras, pero que parecía demasiado cercana y demasiado joven como para que la tomaran en serio. Luego, unidos por la antipatía, hablan de personajes detestables. Ella, algo picada por el comentario previo, asegura ser más severa. Lobo de Bar protesta: verla era uno de los pocos alicientes en aquel lugar siniestro donde pasaban las horas con la pesadez de un reloj de plomo. Le pregunta si no se percataba de cómo la miraba en clase. Ella le dice que sí, que un poco, y se ríe turbada, y la mano de Lobo de Bar, que ya ha rozado varias veces el vestido, se posa definitivamente en su costado, y sus caras se aproximan para confirmar lo que hace rato decían sus ojos .

Una sucesión de besos nace de sus bocas, impropia del entorno donde se están dando, impropia de un antro obscuro dedicado por entero a la depravación, un antro obscuro donde parecía haber lugar para todo salvo para la belleza.


Con el sol en lo más alto deciden guarecerse. Abismados en el placer y el asombro follan borrachos, divertidos, impropiamente cariñosos. Se entienden sin palabras como desde el primer momento, cuando se encontraron, y sí, es ilógico e irreal, y el alcohol no es ajeno a su hipnosis, y quizá debieran pensar en un mañana, pero les parece tan dulce vivir en un duermevela de sexo que prefieren seguir y seguir, hasta que caiga de nuevo la noche, cuando sea demasiado tarde como para despertar.