viernes, 19 de diciembre de 2014

Crítica de Bar: Ragtime

Retomo la escritura en el blog para hablar de lo que más nos gusta a los goliardos: los bares, y alguien podría aducir que lo que más nos gusta son las mujeres y el alcohol, y sería cierto, pero las mujeres y el alcohol saben mejor en un buen garito.

Y siento cierta vocación de servicio público al hablar de bares con encanto, pues los que había en la ciudad van cerrando o cambiando de dueños, como algunos de los que han pasado por esta sección: el Bar, el Páramo o, más recientemente, La Crepa. Guardemos un minuto de silencio por ellos.

Hoy hablaré de un bar distinto a los referidos hasta la fecha, pues se trata de un bar de jazz.

Después de atravesar unas pesadas puertas se llega a un lugar diferente, de variada decoración, reflejo de sus más de 25 años de vida. En la barra e inmediaciones abundan los motivos británicos, por ejemplo un póster de Escocia o la bufanda de un equipo inglés, creo recordar que el Lincoln City. En las elegantes estanterías, culminadas por leves arcos de madera, hay objetos variados: campanillas, ovejas de barro... y, por supuesto, botellas, unas cuantas de whisky, sólo un poco cubiertas de polvo.

Frente a la barra, un mueble de madera con cristal esmerilado parece una puerta o una ventana a otros tiempos: tras él, una fotografía en blanco y negro a tamaño natural nos muestra a unos personajes de antaño.

El bar es alargado y tiene un aire colonial, con sus sillas de mimbre, sus mesas blancas, y sus viejos anuncios de bicicletas o del Moulin Rouge en las paredes. Al fondo, hay un cuadro azul, una batería y, muchas veces protagonista, un vetusto piano vertical.

En el Ragtime suena, como ya hemos avanzado, jazz, el que selecciona Jesús, excelente y culto barman, además de actuaciones en directo improvisadas.

Llegamos aquí a uno de los aspectos distintivos del bar, su público, generalmente de avanzada edad pero siempre curioso, Es posible por ejemplo encontrarse con Domingo Belled, un pianista octogenario afincado en Holanda que de vez en cuando viene de aquel país para comerse unos huevos con puntillas y tocar en el Ragtime.

Y es que, por algún motivo es un bar propenso a que sucedan cosas extrañas. Como ésa, encontrarse a Domingo Belled al piano, o a otros músicos de renombre, o a un anciano gentleman que se pilla a unas guazas de aúpa mientras ofrece interesante conversación, o a un cliente habitual que ha traído un prestigioso queso gallego y se esmera en la búsqueda de la tapa perfecta, o a una mujer envuelta en sábanas que ha bajado para refugiarse porque ha entrado alguien en su casa.

Aunque el suceso más curioso al que he asistido fue la aparición, en un tranquilo día de invierno, de un peculiar grupo formado por dos lugareños y un hombre de 150 kilos, ostentoso bigote y aspecto de mexicano que extrajo del piano sonidos envolventes y desconocidos. Según me dijo el barman, se trataba de Dorian Wood, que estaba de gira por España y es éste señor:



La calificación del Ragtime es 6 BOBs - 1 por tener un ambiente más tranquilo y viejuno de lo preferido por lo goliardos + 1 por su propensión a los sucesos extravagantes. Total: 6 BOBs.