lunes, 24 de febrero de 2014

El cine no ha muerto

Dr. Strangelove: No se ha hablado poco de la crisis que atraviesa el cine, una crisis ligada a los avances tecnológicos y el cambio de hábitos de consumo, pero también una crisis creativa. La primera década del milenio ofreció pocas películas memorables. Que me vengan a la mente Ciudad de Dios, Old Boy, El Pianista... y siguieron interesando las obras de Tarantino, Scorsese, Burton, Pixar, Wong Kar Wai, Eastwood...

“El cine ha muerto, los buenos guiones están en las series”, se dice. Y no faltan argumentos para sostener esta hipótesis. Ya hemos comentado alguna serie excelsa, los blockbuster de los últimos años han sido películas dirigidas a adolescentes con guiones mayoritariamente mediocres, casi siempre con superhéroe de por medio.

Pero hete aquí que en un mismo año aparecen unas cuantas películas extraordinarias:

La vida de Adele: una película arriesgada, tres horas de primeros planos, muchos mocos, genitales femeninos también, pero sobre todo una historia humana (no sólo de amor) profundamente real y viva. A mi edad, me enamoré de Adele.

La gran belleza: la búsqueda del sentido de la vida en el arte y la belleza frente al abismo de la la vacuidad y la desidia, La dolce vita postmoderna, y un personaje memorable: Jep Gambardella.

El lobo de Wall Street: llámenla Miedo y asco en Wall Street, una ópera bufa desopilante, Scorsese en plena forma, Casino pero a lo bestia.

A propósito de Llewyn Davis: uno de los mejores retratos recientes sobre el fracaso, sin concesiones, sin aspavientos, quizá por eso la primera impresión es que falta algo, un empujón, no es así, ganará con el tiempo.

También merecen la pena Stoker, un cuento tenebroso y gamberro de sensual estética; el drama sureño de Mud, de sólido guión; Blue Jasmine gracias sobre todo a Cate Blanchett; la exquisitez formal de 12 años de esclavitud y de La mejor oferta; el poderío técnico de La desolación de Smaug; algunas escenas de la irregular The Grandmasters; la turbia teatralidad de La Venus de las pieles, los excesos barrocos de El gran Gatsby, La espuma de los días y Sólo Dios perdona... etc etc


Y quizá la industria del cine no esté respondiendo a los nuevos hábitos de consumo con la rapidez deseada, quizá la política de precios de las salas de cine podría ser más imaginativa... pero para que no muera el cine lo que más falta hacía era esto: buenas películas.