sábado, 8 de agosto de 2020

El impensado verano de 2020

 20 de julio, lunes

Primer día de vacaciones. Es extraño escribir el diario del viaje en casa, tan tranquilo en mi escritorio. Hasta ahora los diarios tenían un letra precipitada y poco firme, escrita apresuradamente en tabernas mal iluminadas, o entre traqueteos de los trenes y autobuses que me llevaban a lugares insólitos.

Me he obligado a escribir igual que me obligaba a vestirme como si fuera a la oficina cuando teletrabajaba. Esta imposición me ayuda a situarme mentalmente. Estoy en casa, pero entonces estaba trabajando, y ahora sigo en casa, pero estoy de viaje.

El primer día, la aventura ha sido más bien retrospectiva. No he salido y he aprovechado para poner un poco de orden en las fotografías que acumulo. Cuando iba por el mundo con cámara analógica, con tres carretes cubría dos o tres semanas de viaje, ahora, con la digital, puedo traer cien fotos por día. Eso significa tener muchas carpetas y muchos archivos en el disco duro, a veces me imagino su equivalente físico. Tendría una habitación o un pequeño almacén, seguro que lleno de polvo, con álbumes, con cajas repletas de negativos. Recuerdos a los que vuelvo sólo cuando no estoy creando otros nuevos.

Estuve revisando las fotografías de Kazajistán, qué gran viaje: cientos de kilómetros desde una ciudad futurista en medio de la estepa a los desiertos y las montañas del Sur, pasando por la ruta de la seda y por las cenizas del gulag. Hasta que recibí una videollamada de José. No la esperaba. Hablamos de cuando nos conocimos en Cabo Verde, le conté mi vida reciente, mi decisión de no salir de casa. Creo que no me entendió. Parecía preocupado.

 

21 de julio, martes

Hoy tampoco he salido. Al menos aquí puedo estar sin mascarilla. Anoche me quedé viendo una serie hasta la madrugada, así que me he levantado tarde.

Tampoco tenía prisa. He viajado hasta la cocina para ponerme un buen desayuno antes de atreverme a buscar mi último diario de viaje. Como imaginaba, está incompleto. No quise escribir durante mis últimos días en Cabo Verde.

No faltaba detalle de los primeros. Del ambiente de Mindelo, con sus coloridas casas coloniales donde se esconden bares con patios al aire libre y la música, y Cesárea Évora, son omnipresentes. Ni de los días que pasé en Santo Antão. La vertiente Oeste de la isla es desértica y ocre, hasta llegar a un desfiladero en el que regresa la vegetación y desciende hasta la enorme playa negra de Tarrafal, y hasta el mar. El Este es un paraíso senderista de valles, cráteres, costas escarpadas y pueblitos, por donde vagué durante días.

El diario termina en ni última noche en Santo Antão. Lo escribí bebiendo una cerveza frente al mar. Al día siguiente tomaría el ferry a São Vicente y un vuelo a la isla de Sal, donde teóricamente me esperaban un par de jornadas apacibles, de buceo y de playa.

Todo cambió de forma repentina. Había vivido ajeno a la pandemia que ya asolaba Europa. En Cabo Verde aún no había casos, al menos confirmados, hasta que, aquel día, llegó el pánico o la paranoia y se cerró el espacio aéreo. Cancelaron mi vuelo de vuelta y, después de sopesar la alternativa de quedarme una temporada en la isla, comencé una vorágine kafkiana en la que un posible vuelo de repatriación aparecía y desaparecía, así como mi nombre de su lista de pasajeros. Entonces conocí a José y a Milú de Funaná. Tras varios días angustiosos, una noche en el aeropuerto de Las Palmas y un trayecto fantasmal en autobús desde Barajas, conseguí llegar a Zaragoza. La experiencia me dejó un poco tocado.

 

22 de julio, miércoles

Viajar por la ciudad en la que vives es una experiencia curiosa. Zaragoza tiene sus atractivos y en verano suele estar desierta, así que es fácil mantener la distancia social. Para evitar el calor he salido temprano a perderme por el Casco Viejo. Hay rincones con encanto si los sabes buscar. Restos de la ciudad romana, medieval y renacentista, un tanto aislados, pecios urbanos de otra época: murallas, arquitectura mudéjar, palacios de ladrillo.

Ha sido un viaje agradable, aunque no sé si mañana volveré a salir. Quizá vaya al parque.

 

29 de julio, miércoles

Hace una semana que abandoné este diario. El día 23 había empezado sin grandes novedades, parecía destinado a un viaje interior.

A mediodía sonó el interfono. Era José.

-         ¿Qué haces tú aquí? – pregunté riendo.

- -      -  Vengo a secuestrarte.

Pensé en resistirme, pero al comprender su gesto, al verle en persona, se despertaron en mí las ansias de ver mundo que nos asaltan periódicamente a los viajeros empedernidos. Ese espíritu se reveló con extraordinaria violencia contra los intentos de soterrarlo que había mantenido durante meses.

-           - ¿A dónde me llevas?

            -  Eso no importa.

José me había hablado en Cabo Verde sobre su forma de viajar, en la cual la improvisación es un pilar básico. Me pareció una alternativa óptima. Subí a su coche con lo justo: mascarillas, gel hidroalcohólico y papel higiénico.

Ha pasado una semana y hemos atravesado valles, páramos, cordilleras. Hemos visitado parques nacionales, pueblos abandonados, castillos y torreones. Hemos frecuentado pensiones y bares de un nuevo tipismo. De un tipismo embozado pero todavía libre. Dejándonos llevar por el instinto y los acontecimientos conocimos a un georgiano y jugamos al mus con un marqués. Hace dos días, alcanzamos las Rías Bajas.

Hoy me he levantado con resaca, muy tarde. Ahora ya atardece mientras escribo este diario, sobre la cubierta de un pesquero. Por eso la letra vuelve a ser precipitada y poco firme. Creo que están preparando la cena. Huele a marisco, a salitre y a aventura, y José, conchabado con los marineros, no ha querido decirme a dónde vamos.


sábado, 16 de junio de 2018

Propuesta goliardesca para redenominar el fin de semana

El español es un lenguaje muy rico pero mejorable. ¿Cómo designar a esos días de la semana generalmente entregados a la holganza y el exceso etílico (en mayor medida que el resto)?

Fin de semana es demasiado largo.

Finde suena un poco pijo y un poco cursi.

Los goliardos proponemos utilizar el acrónimo de sábado domingo "sado".

Buen sado a todos.






sábado, 16 de diciembre de 2017

Discurso en la boda de Zé Tubarao

No es fácil preparar un discurso para la boda de tu ex novia.

He tenido que emborracharme para hacerlo, cosa que siempre hago a disgusto.

Es cierto que no llegó a haber consumación, ni tocamientos, nunca nos atrajeron nuestros respectivos culos peludos.

Pero salíamos todos los viernes y sábados, nos emborrachábamos juntos, alguna vez incluso nos llamábamos por teléfono. Éramos novias, hasta que Judith se lo llevó… al huerto de Cuarte.

He de ser realista, sé que Judith tiene cosas que yo a Zé Tubarao no puedo ofrecerle: constancia, moderación, dos buenas razones… por no hablar de la casa con terraza, el pelo corto, su profundo amor… a los gatos.

Y, sin embargo, yo hace más tiempo que lo conozco. 30 años nada menos.  

Por aquel entonces, apenas un niño, Zé Tubarao ya era lo que las madres y padres de los demás llaman “una mala influencia”. Por pequeños detalles, como pedir a los reyes, estando en 1ª de EGB, un poster de Sabrina en pelotas.

En el colegio se hizo notar, no sólo por eso. También porque puso motes a todos, a los 40 que fuimos a la misma clase durante ocho años, muchos de los cuales estamos aquí. Sin llegar al extremo de FJG, que quería poner bombas en el colegio, era, sin duda, un zascandil y un alborotador. No obstante, fue un alumno aplicado, atendía en clases tan interesantes como la del Cocoloco, aunque no dejara sus manos quietas, e hizo grandes amistades con ilustres profesores: el Peruano, el Espada, JLF, Nati, el Piti, Carlos M. … que le tenían gran aprecio. De hecho me sorprende que no hayan venido a la boda.

Fuimos creciendo y, nadie sabe cómo, de repente... llegó la adolescencia. Zé Tubarao se dejó el pelo largo. Empezamos a salir… cayeron nuestros primeros tragos en el Javi Dary, un bar infausto en el que servían metanol a los niños a la vista de albóndigas prehistóricas, íbamos a, Green, donde pillaba más que Lorenzo Lamas, luego al rollo, a pasear nuestra cara… ya daba lo mejor de sí mismo.

Porque todos tenemos nuestras habilidades y virtudes y, a Zé Tubarao, aunque no lo pueda poner en el currículum… la farra se le da fetén.

Zé Tubarao es de las pocas aventajadas personas que pueden convertir una noche anodina en una juerga divertida y épica, diría también que memorable, pero solíamos ir tan guaza que recuerdos… pocos.

Por desgracia para nuestro disoluto grupo, sus inquietudes le llevaron a estudiar Comunicación Audiovisual en Pamplona, donde otros pudieron disfrutar de su genialidad mientras los anteriores, huérfanos de Zé Tubarao, entrenábamos para estar a la altura a su regreso.

No fue fácil, porque volvió convertido en una auténtica bestia de la noche. Lo atestiguan bares como el Corto Maltés, la Casa Magnética, el Época Dorada, la Pianola, la Recogida, y otros hoy desparecidos: el Desafinado, la Estación, el Hendrix, el Bisonte…

En aquella etapa, además de tajarse cual perra, empezó a viajar por el mundo, una de sus facetas más interesantes. Pasó por lugares tan recónditos como el lago Snagov, Cluj Napoia, Sarajevo, Belgrado, donde distraído con las tetas de la recepcionista a la que pidió información sobre la lavandería más cercana, es decir, por no prestar atención a lo que debía,  acabó deambulando durante horas por la ciudad con dos bolsas de ropa sucia al más puro estilo Paco Martínez Soria. Pasó también por el cortijo de Bertín Osborne, esKrotor, Skudra, en Albania, y allí nos rescató un ángel. Cruzó el Atlántico para ir a Cuba y a Brasil, donde en una ceremonia orishá fue bautizado con su actual nombre: Zé Tubarao. Fueron noches plagadas de gatinhas, redondos bundas y violentos adictos al crack. En aquel país dejó huella, y consiguió hazañas como ligarse a la única mujer que no era puta en una discoteca de Natal.

O si lo era, al menos, no le cobró.

En aquellos días, durante su madurez etílica, logró grandes gestas, como ser subcampeón mundial de alcoholismo, y si no consiguió más fue porque, como todos sabemos, no sabe atemperar.

Y es que, la liaba parda. Fue entonces cuando estuvimos más unidos, éramos novias, aunque las copas le transformaran con frecuencia en el diablo de Tasmania, un ser peligroso, imprevisible y abominable que sembraba el caos y supuraba alcohol por todos los poros de su piel.

Llegaba a extremos inauditos, como en la boda de El General, en el abismo de Cheum, Polonia. Allí, después de beber mucho vodka, territorio desconocido para él, aficionado a esa mierda dulzona llamada ron, no se conformó con tirar una copa al suelo sino que volcó una mesa de cristal repleta de ellas, además de arrojar a los supervivientes de la noche los pasteles del desayuno o de romperse un metacarpiano en un lago infame muchas horas y vodkas después de decir, solemnemente, cosiendo una bandera de España, que jamás sería el farolillo rojo de una boda.

Cuando se salía del tiesto, algo que sucedía con frecuencia, siempre tenía una palabra de disculpa, y una excusa gastada: que era víctima de su educación corazonista.

Porque Zé Tubarao siempre se ha definido como corazonista, ni rico ni pobre: colchonero, sibarita y Martínez, porque los Martínez, apechugan. Por no hablar de otro de sus lemas vitales: por qué vas a hacer las cosas bien cuando puedes hacerlas mal.

Ese es Zé Tubarao. Y así le queremos.

Recordaría otras jaranas locas, en Salou, en el local, el Woodstock del siglo XXI, en Sallent, donde se ventilaba los vinos caros de su padre y daba buena cuenta del pacharán del Tiay, pero me estoy extendiendo demasiado.

Por eso llego al momento en que conoció a Judith, en unas fiestas, precisamente en Sallent.

Agosto de 2009. Yo no estaba presente para luchar por nuestra relación. Y, ensimismado por los encantos y perjúmenes de Judith… Zé Tubarao me dejó.

He de reconocer que tuvo buen gusto. Judith es increíble. De hecho, jamás pensé que una persona que bebe tan poco… nos cayera tan bien.

Judith es divertida, espabilada, está buena, y le lleva por el buen camino. Con razón, y aunque me pese, nunca le he visto tan feliz.

Por eso, y a pesar de mis terribles celos, quiero proponer un brindis por los recién casados y por todas las farras que nos quedan por vivir. Sin olvidar, eso sí, otro de los lemas que han acompañado a Zé Tubarao a lo largo de su vida, la recomendación de los curas que ahora, en vistas a su vida conyugal, hacemos nuestra:

Fournier... no fornique.


Salud

domingo, 25 de junio de 2017

Noche en blanco

La noche en blanco es un evento supuestamente cultural que se celebra una vez al año. Consiste, a grandes rasgos, en abrir los museos por la noche y en introducir algún concierto, actuación y demás en el programa, con el objeto de que creamos vivir en un lugar dinámico y moderno, vanguardia de un primer mundo glorioso. Supongo que habrá una explicación, e incluso una bella anécdota que justifique semejante paripé. Noche en blanco, recuerda  por su nombre a las noches blancas en las que no se pone el sol de Rusia y los países escandinavos. Quizá tenga algo que ver, no lo sabemos.

Mañolandia es una de las ciudades españolas que celebra tal evento y los goliardos, ilusos como somos, solemos participar en ellas a pesar de que su historial sea bastante deprimente.

Estamos en la de 2017, año del señor. Entre la amplísima oferta cultural elegimos una serie de "hitos" que pueden merecer la pena. Es decir, eventos que no suelen estar al alcance de la mano, porque ir a una exposición que es gratis o tiene un precio ridículo en un día en que va a estar abarrotada carece de sentido.

Nuestra primera parada es el edificio Paraninfo, que permaneció durante décadas semiabandonado e infrautilizado. Es un lugar notable y merece un paseo, alberga una exposición de libros antiguos y otra sobre la historia de la universidad, además del museo de ciencias naturales que hace no mucho ha sido remodelado para hacerlo atractivo, frente a su carácter decadente y un tanto fúnebre anterior. También está abierto el patio, un lugar con cierto encanto en el edificio neomudéjar. Lo pasamos por alto porque su ambiente - bastante decrépito - deja mucho que desear.

Era sólo la primera parada. Sin más. La segunda es la terraza del Museo Pablo Serrano, Desde su quinto piso hay unas vistas interesantes de la bimilenaria urbe, además es la hora del anochecer. Lamentablemente, las nubes ocultan la huída de Apolo y la terraza ha sido invadida por domingueros, por no mentar el viento agresivo que se ha levantado - ley de Murphy - tras dos semanas de clima sahariano. Hay niños, y gritan.

Los goliardos buscamos un nuevo objetivo: la aljafería, el monumento más representativo de la época de los reinos de taifas, ejemplo más meritorio del arte musulmán al Norte de Andalucía, además de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en sus construcciones mudéjares y, por qué no decirlo, sede de las Cortes regionales. Como al llegar hay una fila inasumible, optamos por cenar en un bar cercano. A la vuelta ya no hay cola y podemos admirar los dos primeros patios, una vez superadas las torres de castillo de cuento, sin embargo, no podíamos prometer que todas las circunstancias fueran felices. El interior está repleto de individuos haciéndose selfies para mostrar en las redes sociales lo rico de su vida cultural. Y el acceso al palacio ofrece una nueva fila interminable de personas ávidas de noche en blanco.

Nueva huida, última parada: el Caixaforum. Vemos dentro de lo posible una exposición sobre la escapada andaluza de Mariano Fortuny, porque los tres cuadros que se exponen más allá de sus bocetos están acaparados por guías que explican más su vida sentimental (bohemio, casado con la hija de Madrazo, pintor historicista y director del Museo del Prado) y por un numeroso público embriagado de arte que  muestra un total desinterés por sus obras. En el fondo nos da igual, porque hemos venido a ver cómo pincha Carlos Hollers en la terraza, podemos ir a las exposiciones cualquier otro día, es posible sobrevivir pagando 4€ si algo merece la pena. Pero sí, lo de Carlos Hollers puede merecer la pena. No obstante, la encontramos (la terraza) invadida de abuelos y de niños, parece que el eslogan de la Noche en Blanco es: nadie menor de 90 años salvo que tenga menos de 12. Abuelos y niños. Ese es el plan.

Todo demasiado hardcore.

Son fiestas en el singular barrio de la Magdalena. Puede ser la solución. En la plaza de San Agustín, frente a la demacrada iglesia, hay concierto: Manolo Kabezabolo. Por fortuna voy acompañado de dos pedazo de hembras, por fortuna para mí, porque no son en absoluto bien recibidas. Sufren empujones y desprecio, por no hablar de que los librepensadores que asisten a la orgía de la música y el conocimiento y tiran sus litros sobre sus hermosísimos cuerpos. Demasiada hostilidad - a lot of hostility -, los goliardos debemos ser demasiado independientes como para que nos admitan de buen grado en tan progresista templo. Aunque tentados de provocar una pelea tipobar del Oeste, decidimos huir una vez más mientras despliegan pancartas en contra del fascismo, porque al parecer el fascismo es un problema en este peculiar país, y, sobre todo, es ajeno a esta gente bienintencionada que recibe de esta forma - tirando sus bebidas - a los buenos borrachos que no visten la camiseta de adheridos a su causa, oficialmente.

El plan estipulado ha sido una verdadera mierda. Nos da igual. Los goliardos improvisamos bien. En la terraza del Teatro Romano, un sitio en verdad bimilenario y cultural, nos tomamos unas copas bien cargadas. Despotricamos de una ciudad que, como tantas otras, vive de las apariencias, en la que los museos gratuitos habitualmente inhóspitos se llenan en noches como la de hoy de individuos aburridos con ganas de aparentar, y nos emborrachamos con violencia en algunos de los pocos bares que ponen buena música en el Casco Viejo, bares que han estado aquí siempre, y que ahora luchan contra una legislación absurda y hostil contra todo lo que se salga de las conveniencias de un mundo adocenado e inmensamente aburrido. Y, al borde del hundimiento, a diferencia de tantas otras noches lúcidas enmarasmadas por el alcohol, vamos a dejar este testimonio. 

viernes, 17 de marzo de 2017

Resumen de bares goliardescos de Zaragoza

CT= Copa tranquila
S= Salir
Calificación de * a ******* BOBs

Zona San Francisco - Bretón:
CT y S ****** Juan Sebastián Bar: sitio chulo de abigarrada decoración, dueño simpático, hay cervezas artesanas. Hay que tener en cuenta que hay días que hay monólogos y otras actividades.
CT ****** El whisky viejo: interesante decoración, espectacular variedad de alcoholes, dueño de amplios conocimientos, buen café, tranquilo.
S ***** El puerto de las ánimas: bar bizarro, buena música
CT *****El callejón de la música: buena música, cuidada decoración, dueño simpático, amplia variedad de alcoholes, ambiente tranquilo.
CT y S***** La ley seca: bien decorado, bastantes conciertos, un poco a desmano
CT ***** Moby Dick: bar viejuno, buena música, pequeño
CT y S**** La casa del granuja (calle Catania, al lado de La bodega de general): bar chulo, tranquilo
CT y S**** Louisiana: decoración sureña, ambiente según horas, a veces bastante animado, rock español y música decente en general.
CT **** La taberna del blues: bien decorado, tranquilo, algo pequeño.
CT **** Cabaret: más moderno de decoración, los martes suelen tocar la guitarra.
CT **** La terraza: curioso de decoración, terraza interior pero con asientos de plastiquete
CT **** Fagüeño: bar curioso y algo canalla
S *** Sala Z: para altas horas de la madrugada, buena música, ambiente oscuro
CT *** Penguin row: madera, ambiente más juvenil
CT *** El lago ness: amplio, de madera, cierta variedad de cervezas, ambiente universitario
CT y S *** O'Hara: irlandés, madera y tal pero la música a veces deja que desear

Zona pija:
Ya no queda nada decente

Zona Casco Viejo y Heroísmo:
S ****** La casa magnética: quizá el bar con mejor música de Zaragoza, desde luego la mas variada, interesante decoración aunque haya más sitio dentro que fuera de la barra
S ***** El jinete nocturno: decorado en plan Oeste, con decoración india y rifles, el dueño está muy grillado, muy majo si le caes en gracia, rock en español
CT ***** La campana de los perdidos: sitio chulo de ladrillo, más majo el sótano, muchas actuaciones
S **** Sala López: la mejor discoteca de las que cierran a las 6:30, también tienen conciertos
CT y S **** Bacharach: chulo pero algo pequeño y a veces tiene exceso de moderneo
CT **** Café Van Gogh: muy chulo, muy tranquilo, para por la tarde
CT y S **** Rock and blues: bar grande con decoración curiosa, para la tarde o la primera copa sobre todo
S **** La lata de bombillas: No está mal para salir, mucho moderneo
S **** La recogida: local curioso con música de la época grunge
S **** Jane Birkin: moderno, dos plantas, buen ambiente, música irregular
CT *** El sol: bar muy chulo con azulejos y un espectacular mueble, mala música, poco ambiente arriba, no bajar abajo (clases de salsa)
CT **** Gallagher: irlandés bastante decente, mucho expatriado
S *** Linares: bar pequeño, muy canalla y barato, con gramola
S *** Delorean: ochentero
S *** El tocadiscos: tiene una gramola
S *** Época dorada: música de los 60 y 70, copas imbebibles
S *** Oasis: si no ha cambiado es un sitio chulo (antiguo teatro) pero el ambiente deja mucho que desear


Otras Zonas:
CT ****** Ragtime: bar de jazz con un dueño muy majo y decoración curiosa con sillas de mimbre, ambiente tranquilo, demasiado viejuno algunos fines de semana
S ***** El zorro: sitio curioso, a veces con música en directo, bastante ambiente 
CT y S **** Sala Creedence: algo insulsa por dentro, música en directo, la terraza en la plaza está bien para el verano
CT y S *** Bull McCabe's: irlandés un poco caro con bastante ambiente, música regulera
CT*** Escocia: para cervezas y tal
CT *** Alice Kyteler: bien de decoración, un poco caro para lo que es

In memoriam
******* El bar
******* La Crepa
****** El páramo
***** Sala King Kong

sábado, 21 de enero de 2017

Tengan cuidado: La la land no es un biopic sobre Massiel

Dr. Strangelove: fui al cine con la infundada esperanza de ver un biopic con la clásica historia hollywoodiense de ascenso y caída - con no poco alcoholismo de por medio y la inconmensurable cantante carpetovetónica como protagonista - para encontrarme con un musical en el que apenas se canta, se abusa de la repetición de dos temas pegadizos, los números imitan clásicos, desde West side story hasta Los paraguas de Cherburgo, el argumento es insulso y poco innovador, sobran los secundarios y los protagonistas, aunque actúen más que decentemente no disfrutan, por deficiencias del guión, de una historia de amor entrañable ni sólida, fracasa la soterrada comparación entre el jazz y los musicales como formas de arte mal envejecidas y necesitadas de renovación, y se recurre a un flashforward muy dudoso de lo que no fue y pudo ser como en Quiéreme si te atreves. Es cierto que pasé un rato entretenido, pero cuanto más recuerdo el film más inconsistente me parece y me puede la decepción. Guionistas de Hollywood, decídanse, escriban por fin un biopic sobre Massiel. 

viernes, 18 de noviembre de 2016

Lobo de bar y su epopeya infame (Parte 9 de 9)

Unas horas más tarde, aún de mañana, Lobo de Bar se despierta. Su primer pensamiento se dirige al frigorífico: ¿habrá cerveza? Desde la cama cree oír el monótono y penetrante ruido del motor de la nevera. Junto a él, Catalina duerme plácidamente. Está destapada, hace mucho calor. El goliardo observa su cuerpo, tan delgado, tan firme. Se fija en su cuello, en sus tetas pequeñas, en su boca entreabierta que resopla.
La cerveza puede esperar. Se ha despertado con la p*lla como un mástil. La palpa, está gordísima, y sus huevos, asaz saturados. Se acerca a Catalina. Besuquea su cuello, con la mano recorre su vientre. Catalina suspira y se arquea como una gata. Los dedos de Lobo de Bar descienden a los muslos, a las rodillas, a las corvas. Permanecen cerrados los ojos de Catalina, pero ya no está tan dormida.
La lengua del goliardo va del cuello al lóbulo de la oreja, sus dedos dibujan espirales en el pezón de Catalina. Cuando considera que ha llegado el momento, guiado por su respiración, regresa su mano a lo que Gladiolo quizá llamara su nido, su hormiguero, o vete a saber qué y que no es otra cosa que el c*ño. Aún está seco. Vuelve a ascender, la mano del goliardo, hasta su boca, para que le humedezca y, con los dedos preparados, después de perder por el camino un poco de saliva, sobre su vientre, la masturba. El cuerpo de Catalina responde, se agita, sus brazos buscan a Lobo de Bar, una mano encuentra su p*lla. La agarra, aprieta, está muy dura. Es una erección matinal, casi una sobreactuación. Se da la vuelta, Catalina, ofrece su espalda, y Lobo de Bar sigue mordisqueando su oreja, su cuello, pero ya no puede más, la penetra, despacio. Aún no está lo suficientemente húmeda. Entra poco a poco, hasta que intuye el camino expedito y empuja con violencia, despertando un gemido salvaje que retumba en toda la habitación.
Lobo de Bar penetra y penetra. Sus cuerpos chocan, y el sonido sordo de los golpes le embrutece. Con cada acometida avanza unos milímetros, girando la cadera, hasta tumbar a Catalina boca abajo. En esta posición sigue embistiendo. De vez en cuando se detiene para que sea ella la que se mueva, como devorando su miembro desde abajo, y siente el golpear de su culo contra su carne. Lobo de Bar teme irse demasiado pronto. Se incorpora, sin sacarla, sujeta a Catalina de una pierna y se la levanta para tumbarla lateralmente, de forma que su p*lla pueda entrar hasta sus más recónditas profundidades.
No descuida sus manos, el goliardo, recorren el cuerpo de Catalina, se meten en su boca, acarician sus pezones y sus piernas. Lo está haciendo bien. Ella se impacienta. Escapa. Se sube sobre él para poder moverse al ritmo de su deseo. Mueve su cuerpo hacia adelante y hacia detrás, refrotándose sobre él. Lobo de Bar juega. La agarra de la cintura para detenerla. Disfruta viendo que un cuerpo tan pequeño pueda ser tan difícil de dominar. La sujeta y la separa de él para metérsela de abajo hacia arriba. Apenas lo consigue unos instantes. Catalina baja vuelve a moverse hacia delante y hacia detrás. Ofrece sus pechos a su boca, y le susurra:
- Méteme un dedo por el culo.
Lobo de Bar, tan poco dado a obedecer órdenes, se somete, mientras Catalina sigue moviendo las caderas a un ritmo salvaje y empieza a frotar su clít*ris compulsivamente, hasta que estalla en un orgasmo demencial.
Tras unos segundos de tregua, colmados por unos besos muy sucios, Catalina, sin decir palabra alguna, se pone a cuatro patas. El goliardo arremete, choca contra ella y, al comprender que aún tiene para un rato, va a por el tabaco. Luego, sin parar de follar se lía y enciende un cigarro.
Catalina le mira, incrédula, desde su posición. “Eres un pervertido”, le dice. Gira sobre sí misma y se la empieza a chupar. Primero lamiendo el glande, luego metiéndosela en la boca hasta donde su garganta le permite. El goliardo la derriba para tumbarla y se la vuelve a meter. Tira la ceniza al suelo y le pasa el cigarro. Catalina aspira mientras Lobo de Bar se la mete, primero completamente tumbada, después con las piernas hacia arriba. Agarra su miembro, Lobo de Bar, para sacarlo y meterlo y para pasar por su clít*ris, mientras Catalina fuma. De rodillas, con los pies de Catalina en los hombros, le introduce un dedo en el orto. Al ver que está receptivo saca la p*lla y se la encaja por el agujero retrovisor. Catalina gime y se toca. Sus dedos pasean por encima y por dentro de su c*ño. Se termina el cigarro. La p*lla del goliardo se hincha todavía más. Está a punto de estallar. “¿Dentro o fuera?”, pregunta, “fuera” responde Catalina.
Lobo de Bar saca su impúdico rabo del cul* de Catalina y se corre. Una profusa lluvia de esperma cae sobre su vientre, sobre sus tetas, sobre su cara, sin que Catalina detenga su mano, porque está a punto de terminar otra vez, y eso hace entre espasmos, mordiéndose los labios, mirando al goliardo a los ojos.


EPÍLOGO

Tras el grandioso polvo, los amantes dormitan sobre la cama, sudados, hediondos de sexo, y Lobo de Bar piensa que ha llegado el momento de beberse esa cerveza con la que lleva horas soñando, pero entonces suena el timbre y Catalina dice:
- ¡Mierda!, mis padres.
El goliardo se viste a la velocidad del relámpago y escapa por la ventana. Sólo son dos pisos, salta a un magnolio cercano y consigue colgarse de una rama, pero ésta se quiebra y Lobo de Bar da con su culo en un parterre no particularmente mullido. En el suelo, se enciende un cigarro. Los transeúntes que han visto la fuga le miran con reproche. Ajeno, regresa a la verticalidad, Lobo, y se sacude los pantalones de barro, hierba y quizá cosas peores.
Se siente bien. El sofocante calor no le afecta, y tampoco le importa que no se hayan dado sus teléfonos, a pesar de que haya sido el mejor sexo en mucho tiempo y de que, sin ninguna duda, merecería la pena repetir.
Es bien entrado el día. Lobo de Bar da un paso, y luego otro. Camina  - la sonrisa de oreja a oreja -, con aire suficiente de estrella de Hollywood. Mira a su alrededor como si todos aquellos con los que se cruza le fueran a chocar la mano, olvidando que cada uno va a lo suyo, además de que la sociedad es aburrida y conservadora, y de que el mainstream jamás se fijará ni aprobará las etílicas y existencialistas aventuras de los goliardos, por muy épicas que sean. Cuando lo recuerda, al ver la absoluta indiferencia en el rostro de dos señores que pasan, sonríe. Es mejor así, en un mundo mojigato e insulso hasta el bostezo es más fácil y divertido provocar escándalos.
Llega a su guarida, Lobo de Bar, y escribe a sus amigos para contarles las buenas nuevas e invitarles a unas cervezas y copas en celebración de su gloria. Se abre una Export y aguarda, espera que aparezca también San Bukowski para rendirle tributo. Está henchido de orgullo, teme, incluso, que los goliardos acudan cargados de elementos con los que organizar una fiesta absurda, como confeti, globos, matasuegras y hasta Ewoks. Sería, en todo caso, un mal menor con el que podría condescender dado su estado de euforia. Pero no ha lugar.
Si tardan, los goliardos, no es porque estén preparando nada espectacular o degradante, sino sólo porque la resaca dificulta su determinación y movimientos. Va por la cuarta Export cuando aparece, por fin, Zé Tubarao.
- Así que te pusiste las botas.
- Eso es. Pero lo más importantes es que superé las doce pruebas. Pronto me llegará el reconocimiento de San Bukowski.
Arriban más goliardos. Una veintena por lo menos. También Miss Howley.
- Twelve points en tu última prueba, muy bien.
- Gracias Miss Howley.
Lobo de Bar, todavía vestido de El Nota, cansado de beber Export, se levanta de su mecedora para servirse un ruso blanco. Tampoco descuida las necesidades de sus goliardos compañeros que, bajo el tenue alivio del ventilador de techo, beben desperdigados por los sofás y el suelo, inmoderadamente, sobre todo si tenemos en cuenta que es domingo. El Heladero cuenta un chiste:
- Están en clase Juanito, Pedrito y Jaimito y les dice la profesora: “para mañana, traedme una frase con las palabras que hemos aprendido hoy, caballo y seto”. Al día siguiente, van a clase y la profesora les pregunta, “¿a ver,…”
- Ya nos lo sabemos – protesta Miss Voodoo.
- No puede ser.
- Lo has contado mil veces.
- Cagüen la p*ta. ¿Y el de “mi capitán, mi capitán, ¡que vienen los indios!”?
- También.
- Me he vuelto previsible.
Hace un calvo, El Heladero, pero apenas consigue levantar lánguidas sonrisas. Los goliardos empiezan a impacientarse, además de a ir bastante cocidos. Ha vuelto a llegar la noche, Edge sugiere pedir unas pizzas, Mr. White busca en internet uno de sus vídeos favoritos, el de un fox terrier sodomizando a una paloma, Zé Tubarao ha salido a la terraza para mear por el desagüe. Viendo la dispersión reinante y que San Bukowski no aparece por su propia voluntad, el Dr. Strangelove toma la iniciativa y le invoca con su baile telúrico y obsceno.
No se hace más de rogar el admirado santo, responde al conjuro haciendo acto de presencia en carne inmortal, desnudo dentro de una bañera, en compañía de una sordomuda pelirroja que le frota la espalda con una esponja impregnada de vino.
La expectación es máxima.
- Tu gesta es digna de alabanza, Lobo de Bar.
Todos aplauden.
- Oeoeoeoe – corean ebrios.
- Nada podría honrarme más que oírlo de tu boca, sensei.
- Ya. Pero…
- ¿Cómo que “pero”?
- Sí, hay un pero.
- No puede ser.
- Al revisar tu vídeo recitando el cantar de Mío Cid, hemos detectado un fallo. Donde debías decir “salveste” dijiste “sálvese”.
- No me jodas.
- Lo siento, Lobo de Bar.
Mira el goliardo, pánico en los ojos, a Miss Howley, y ésta corrobora las palabras de San Bukowski asintiendo.
- Por el amor de las rameras, dejadme, al menos, intentarlo otra vez.
- Prueba.
Se pone en pie, Lobo, y empieza a recitar el Mío Cid, pero no lleva ni dos páginas cuando yerra de nuevo.
- Una lástima – dice San Bukowki.
- Me cago en las alas de los arcángeles, San Bukowski, no puedes ser tan estricto.
- Es lo que hay.
- Pero tú no eres así y… ¿dónde está mi abogado?... aún tengo más de dos de dos miligramos de alcohol por litro de sangre… ¡podría seguir intentándolo!
- Déjalo, Lobo de Bar, te aprecio, me he divertido con tus aventuras, y lo que has conseguido es tan inútil y estúpido como digno de elogio, pero, si te soy sincero estoy muy cómodo allí donde me hallo, con unas cuantas groupies que me adoran, no me apetece compartir ese espacio contigo, al menos no de forma permanente.
- Pero…
- No querrás estar donde no eres requerido.
- Claro que no…
- No te des mal, Lobo. Puede que no estés contento conmigo pero admite que he conseguido animarte. Quizá algún día nos bebamos alguna botella juntos, sigue por tu camino y no me j*das… créate tu propio paraíso.
Tras decir estas palabras, se esfuman San Bukowski, su bañera y la sordomuda. En la cueva de Lobo de Bar se respira, además de un olor que evidencia la falta de higiene de alguno de los presentes, un triste aire de decepción. Sus degenerados amigos no saben qué decir, hasta que la cazallera voz de Sade irrumpe en el silencio:
- Menudo corte, jajajajaja
Su desbocado descojone contagia a Lobo de Bar, “hay que j*derse”, dice, y todos ríen aliviados. Mr Voodoo se levanta para subir el volumen, suenan los New York Dolls. Protesta sin convicción El dulce goliardo elegante. Lobo de Bar le sirve y se sirve sendos whiskys y, antes de perder la atención y la consciencia de sus colegas, levanta la copa para declamar:
- Los goliardos somos maestros de la derrota y hoy hemos conseguido una magnífica – murmullo de aprobación -. Esta epopeya, más allá de su final trágico, nos ha permitido recordar que la vida merece la pena. Sólo hay que saber bebérsela, explorar sus posibilidades, ser imaginativos… en definitiva, saborear las pequeñas cosas – respetuoso asentimiento-. Pequeñas cosas como humillar a un superhéroe, exterminar una raza absurda, allanar un museo o echar un buen polvo. Eso hemos hecho, goliardos, y mucho más – jolgorio generalizado -. ¿Qué c*jones? Lo hemos pasado bien, nadie en su insano juicio lo pondría en duda, y lo mejor de todo es que la vida sigue y aún tiene mucho que ofrecernos – abrazos efusivos -. Quizá, incluso – intenta terminar, Lobo, en el fragor de la bullanga -, se nos acabe ocurriendo cómo c*jones crear nuestro propio paraíso.
Se emocionan los presentes, humedécense los ojos de los más sensibles, hay quien se plantea iniciar un aplauso americano. No da tiempo, antes de que eso ocurra, Lobo de Bar se pone en pie y vuelve a levantar la copa en señal de brindis, con la mala suerte de topar en su maniobra con las aspas del ventilador de techo, que tritura el cristal y lo proyecta violentamente junto al whisky sobre los goliardos.
Gritos, desconcierto, sangre, caos.
Luego, silencio entre los vivos, sólo se escucha el disco de Grateful Dead.
- ¿Estáis bien? – pregunta el anfitrión.
Los goliardos se observan. Tras un sumario control de daños se dictamina que no hay ningún fallecido, sólo heridos leves, además del licor desperdiciado.
Protesta Zé Tubarao, “h*stia p*ta, Lobo de Bar, ya podrías haberte ido con San Bukowski o a tomar por saco”, pero lo dice en broma, en realidad no ha sido nada: pueden seguir bebiendo.

Amén

lunes, 14 de noviembre de 2016

Lobo de bar y su epopeya infame (Parte 8 de 9)

Pasan en el calabozo ese día y tres más, con sus noches, hasta que un alma caritativa, quizá alguien que detesta a Pablo Iglesias, paga la fianza. Lobo de Bar está aterrorizado, ¡cuatro días sin beber! Ni que decir tiene, Miss Howley se aparece para hacer el inoportuno control.
- Dos coma dos dos dos. Increíble.
Nada más salir de la cárcel, los goliardos compran un barril de Estrella Galicia y emprenden el camino de vuelta. No les hubiera venido mal una ducha. A Lobo de Bar se le han pegado al culo los gayumbos de Pablo Iglesias.
Una vez que llegan a la metrópoli no tienen tiempo que perder. Es sábado. El dulce goliardo elegante les ha invitado a una fiesta en casa de un conocido. Como son expertos en tomarse excesivas confianzas no sólo van Edge, Lobo y Zé, también acuden a la llamada de la juerga el Profesor Gladiolo, Bestial, la Mujer Pájaro, Mr. White, la Mamba Rubia, Jack Napier, Luis, Sade, El hombre del perrito, Mr. y Miss Voodoo. Abarrotan el lugar, al menos, llevan disfraces para amenizar el evento y suministro suficiente de bebidas, en camiones cisterna.
El conocido de Edge, antigua estrella del baloncesto juvenil, se ha comprado una casa y celebra la fiesta de inauguración. Se siente algo intimidado por la aparición de esa horda de salvajes en atuendos estrambóticos, pero sabe que pueden convertir el acontecimiento en algo memorable. Para empezar, ve cómo eficientemente instalan surtidores conectados a través de la terraza del salón, con largas mangueras, a las cisternas de los camiones.
La casa apenas está amueblada, el dueño todavía no se ha instalado, y esto facilita el movimiento de los goliardos, que exploran el lugar calibrando sus posibilidades. Han sido los primeros en llegar a la fiesta. Toman posiciones.
Lamenta la Mamba Rubia, disfrazada de playmate de los setenta, que no haya una bola de discoteca. Edge (de Jep Gambardella) y Lobo de Bar (como el Nota) discuten por la música que consideran conveniente pinchar. El primero defiende algo comercial y ecléctico, amoldable a los desiguales gustos de los invitados, el segundo ha llegado con ganas de psicodelia. Mientras se ponen de acuerdo, Zé Tubarao, vestido de Pipy Calzaslargas, toma la iniciativa y pone un disco de los Héroes.
Van llegando los invitados, la mayoría vestidos de zombies, pues esa era la temática de la fiesta que los caóticos goliardos se han pasado por el forro de los huevos. Como no hay un habitáculo lo bastante espacioso como para acomodar a tanto degenerado, el personal se distribuye en las distintas habitaciones aleatoriamente. Lo suyo hubiera sido que se repartiesen por áreas temáticas, bien fuere por la música, bien por el tipo de drogas consumidas, pero no hay nadie dispuesto a poner orden.
En la fiesta se juega, no dinero, sino a beber: a la pirámide, al señor del tres, al drinkpóker, al duro (el favorito de los nostálgicos) y al peligrosísimo anillo de los goliardos. La Mujer Pájaro (como Elastigirl) prepara voluntariosamente un ponche mezclando sin ningún tipo de criterio diferentes alcoholes. De su afán obtiene un brebaje imposible de trasegar en pleno uso de las facultades mentales y gustativas, algo que, a estas alturas, pocos de los presentes conservan.
Conforme se agota el contenido de los camiones cisterna y la toña avanza, se abandonan los juegos y los intrépidos noctívagos se embarcan en conversaciones peregrinas y en bailes absurdos. El propietario, con su disfraz de jugador de baloncesto zombie, parece disfrutar del espectáculo, sonríe desde el suelo, incapaz de moverse tras fumar a caraperro una L biturbo de maruja colombiana que le suministra Sade, no altruistamente, sino con el claro objetivo de que baje la guardia y no se altere si los excesos subsiguientes en la fiesta superan lo razonable.
Lobo de Bar habla con un tipo, hasta entonces digno rival en un severo pique al anillo de los goliardos.
- Buena fiesta – dice el tipo, zombie joven y greñudo - . Aunque me has jodido mandándome beber de ese asqueroso ponche.
- El juego es así.
- No me quejo. Soy un hombre y he pasado por experiencias más difíciles.
- Pareces curtido.
- Lo estoy. No te habré contado cuando una vez… claro que no, no nos conocíamos.
- ¿El qué?
- El día que me presentaron a Tobo Daitsy y me refirió su increíble y truculenta historia…
- ¿Qué? ¿Ya estás otra vez con esa mierda? – interrumpe un presunto colega del greñudo.
- Vete a tomar por el saco, Fred, es la mejor historia que has oído en tu p*ta vida.
- Puede que lo fuera la primera vez, pero ha perdido la gracia después de escuchártela en cada ocasión que te pones chuzo.
- Es que es la h*stia la historia de Tobo Daitsy.
- ¿Quién es Tobo Daitsy? – se interesa Lobo de Bar.
- Tobo Daitsy es un exguerrillero Serbio. Le conocí hace unos años, cuando estaba de viaje por Bulgaria.
- ¿Ya está con la historia de Tobo Daitsy? – llega otro de los presuntos amigos del greñudo.
- Of course – dice el primero.
- Juan, ¿a qué no sabes qué está contando aquí nuestro colega? – el segundo señala al greñudo dirigiéndose al postrado anfitrión.
- No me lo digas. La historia de Tobo Daitsy – consigue balbucear éste.
- Ni p*to caso a estos cabr*ones. Es la mejor historia que conozco con diferencia, y ellos también, por mucho que les guste putearme – dice el greñudo.
- Venga, pues empieza de una j*dida vez.
- Lo que le pasó a Tobo Daitsy es increíble. Estaba escondido en la montaña, al poco de terminar la guerra de los Balcanes, cuando…
- ¡Ven Iván! Hemos puestos unos chupitos de jäger, tómate uno con nosotras – una rubia alegre reclama la presencia del proyecto de narrador.
- Se lo quiere follar – aclara el segundo de sus colegas - . La tiene en la palma de su mano desde que le contó esa movida de Tobo Daitsy.
- Ya veo.
- Estoy – regresa el greñudo, con la marca de unos labios en el cuello.
- ¿Qué le pasó a Tobo Daitsy?
- Como te iba diciendo, le conocí en Bulgaria, hará cosa de unos seis años. Era una noche muy fría…
- Jajajajaja. Jajajaja – aparece Zé Tubarao de las tinieblas de la fiesta, riéndose estruendosamente. Sudoroso, ultraguaza, excitado, muy cerca de su siempre desastrosa transformación en diablo de Tasmania.
- ¿Qué te pasa Zé? – pregunta Lobo de Bar, estoico.
- Ven - Zé Tubarao le aparta del greñudo y sus seguidores.
- Tus coletas pelirrojas se mueven demasiado deprisa. ¿Me tengo que preocupar?
- No me j*das, Lobo, no te pongas en plan padre.
- ¿Qué has hecho?
- Verás. Me estaba meando vivo, así que he ido al baño, sin miramientos, “me meo, me meo” y en cuanto ha salido un tío del váter me he colado. Total, que mientras echo una meada de minuto y pico, veo que hay encima de la cisterna del váter una fila kilométrica. Obviamente, se la había dejado el que salía al tío que me he colado. Como imaginarás, me he hecho un rulo y me la he metido y, al salir, veo al que estaba esperando, con todo su mosqueo, y le digo: “h*stia tío, perdona, que no he visto lo que estaba puesto y, al limpiarme el culo, me he apoyado sin querer y lo he tirado todo”, “¿qué?”, me ha dicho, y yo “ya lo siento macho, si quieres chupar un poco yo creo que me quedará algo aquí en la palma de la mano, tranquilo que me he limpiado con la otra”. El tío ha puesto cara de asco, ha protestado un poco y me he ido dejándole con la palabra en la boca. Creo que estaba con los mardanos con los que hablas, así que será mejor mover a otra parte.
- Ya la estás liando. Que no me importa en general, pero j*der, me has dejado sin oír la historia de Tobo Daitsy.
- ¿La increíble y truculenta historia de Tobo Daitsy? La conozco. Es la p*lla. Ya te la contaré otro día.
- Hay que j*derse.
Los goliardos peregrinan por la casa. La mezcla de músicas irreconciliables (Laibach, el Puma, Lyrics Born, balearic) en las distintas habitaciones a diferentes potencias (las de un equipo HiFi, una radio de baño, un radiocassette tipo Bronx, e incluso un móvil) crea una vorágine sólo soportable si se va francamente pasado, como, por suerte para ellos, va la mayoría de los habitantes de ese averno.
Las visiones que se encuentran Lobo de Bar y Zé Tubarao por las habitaciones, casi todas diáfanas, sin decorar, blancas, como las de un psiquiátrico, comienzan a rozar el esperpento. Bestial, hasta arriba de monguis, imita el canto de la lechuza de las nieves, dirigiéndose a Sade, que va de tripis y oye sin comprender de donde viene el sonido. Busca por el techo. Allí sólo hay una bombilla roja colgada de un cable.
En otro cuarto, Luis (de piloto de fórmula uno) se ha hecho fuerte en el equipo HiFI y sube el volumen. Los vecinos están sordos o de vacaciones y no acude la policía ni llaman ellos mismos a la puerta para solicitar templanza. Mientras, al lado de Luis, el Hombre del perrito (como él mismo) habla con un caniche de porcelana.
Armados con sendas copas llegan a la terraza. Allí hallan a Jack Napier (disfrazado de Schuster) y al Profesor Gladiolo (de Federico García Lorca) junto a una chica que viste camisa blanca y una falda corta. De su cuello pende un colgante de Tous.
- ¿Vas disfrazada de pija? – pregunta Zé Tubarao.
- No, imbécil, soy así – se lo toma con humor.
- Os presento a Catalina – dice Jack Napier –, ellos son Zé Tubarao y Lobo de Bar, míticos goliardos.
- Un placer – dice Lobo de Bar.
- Zé Tubarao para servirte – se ofrece el tal.
Lobo de Bar estudia a Catalina con relativo disimulo. Es bajita y muy delgada, piel morena, casi del mismo color que el cabello, dentadura blanca y prominente. No es una belleza, pero tiene cierto atractivo y, atendiendo a imperceptibles señales, se dice que podría tener bastante vicio, además de que no parece disgustada por su presencia. El goliardo mira al cielo apenas estrellado, ¿está siendo el destino generoso? ¿le está poniendo al alcance de la mano la culminación de su epopeya?
- Demasiados rabos para una sola chorba, ¿no tendrás amigas? – dice el incontinente Zé Tubarao.
- Jajaja. No, he venido con un amigo – señala a un tipo en náuticos que baila solo en medio de la habitación.
- J*der, creo que se ha pasado con el cristal, menuda gustera lleva  - dice Jack Napier.
- ¿Le conoces? – pregunta Zé Tubarao.
- Es mi primo.
- Andanda.
El impaciente Zé Tubarao, sin dar tiempo a que surja una conversación de su interés dice “sois un coñazo”, y cambia de habitación. Jack Napier aprovecha para investigar el estado de su primo. Habla la pija:
- Entonces, tú me has dicho que eres poeta – se dirige al Profesor Gladiolo.
- Poeta romántico, a punto de la tuberculosis – corrobora éste.
- ¿Y tú? – a Lobo de Bar.
- Lo mismo que Chandler.
- No te pega.
- ¿Y qué creías que soy?
- No sé, algo más aventurado, o barman.
- Eso sería mi perdición.
- No hagas caso de la modestia de Lobo – interviene Gladiolo – es eso y mucho más, es un ejemplo para todos nosotros, un hombre de pelo en pecho, capaz de hazañas increíbles.
- ¿Cómo cuál? – el interés de la pija por Lobo de Bar es creciente.
- Por ejemplo, hizo llorar a Spiderman.
- Jajaja, pobrecito Spiderman.
- Y fue campeón mundial de alcoholismo.
- Pues pareces sereno.
- Es por mi prodigioso aguante.
- No habrás bebido tanto, jaja.
La dicción de la joven es nasal, desvaída y algo empalagosa, pero no parece importarle a Lobo de Bar, ni tampoco al Profesor Gladiolo, que interrumpe el juego de miradas de los dos anteriores.
- Me encanta alabar a mis amigos, pero antes de que llegase, estábamos hablando de ti, dulce clavel.
- Bueno…
- Discúlpame si no me refreno, pero voy ebrio, y veo en ti maravillas hasta hoy nunca imaginadas. Aunque… ¡no!, retiro mis disculpas. No voy a pedir perdón. Eres la estrella que alumbra mi oscuridad, y no voy a callármelo. Te miro y veo en tus ojos dos negros cautivos cruzando los mares de Andalucía. Y tu piel es la tierra que nos da vida y a la que todos volveremos. Si tú me dejaras, me perdería en tus cabellos de sombra, en tu boca de nácar. Bebería de las rosas de tus pechos. Me alistaría en el barco de tus piernas…
Lobo de Bar no puede reprimir una sonrisa, Gladiolo está completamente curda y fuera de sí, la pija le mira con estupor. Antes de que el goliardo pueda interrumpir a su desmadrado colega (… tus pies son pececitos gráciles…), los tres sienten que está ocurriendo algo en la casa de locos. Hay un movimiento febril, no sólo provocado por el abuso de las drogas. Lobo de Bar empieza a sospechar qué ha ocurrido cuando siente agua en los pies. Zé Tubarao, en una de sus habituales e inútiles luchas, ha arrancado el grifo de la cocina y el agua sale a chorro para inundar toda la casa.
El propietario vuelve en sí desde los abismos de la marihuana triposa y consigue cerrar la llave general. Empapado, grita:
- Todos a tomar por el culo de aquí.
La turbamulta sale a trompicones del proyecto de hogar o parque acuático. Algunos goliardos, poco impresionables, quedan rezagados, pero unos amigos del anfitrión consiguen expulsarles ofreciéndoles la promesa de un futuro mejor.
Se ha hecho tarde para ir a un bar. Los asistentes más intrépidos deciden viajar a una discoteca. Por el camino se producen numerosas bajas, incluso entre los goliardos. El grupo, reducido aproximadamente a un tercio, consigue llegar a su destino.
Entre los supervivientes quedan, por supuesto, Zé y Lobo:
- ¿En qué c*ño estabas pensando cuando reventaste ese grifo? – pregunta éste.
- Me aburría – responde aquel.
La discoteca es amplia y se distribuye en dos alturas. Es tal la guaza de los goliardos que les resulta imposible acordar un punto de reunión. Se distribuyen al azar, desperdigados por el templo.
Algunos antiguos integrantes de la fiesta se encuentran en la barra cuando van a pedir alcohol, se saludan como si fueran veteranos de una guerra. No es el caso de Lobo de Bar, que está en la parte de arriba y , al desaparecer Zé Tubarao no sé sabe por qué ni para qué y es mejor así, se queda solo. Teme haber perdido a la pija. Tras un instante de vacilación comprende que tiene que abandonar la comodidad de la barra para ir en su busca.
Cruza el bar con su albornoz, sus pantalones cortos y unas gafas de sol que apenas le permiten distinguir nada a menos de medio metro. Inopinadamente, se encuentra a Jack Napier. Le pregunta:
- ¿Has visto a Catalina?
- ¿A quién? – el generalmente sosegado goliardo parece aturdido, los últimos chupitos han sido catastróficos para su cordura.
- A… déjalo – se da por vencido Lobo de Bar.
El goliardo prosigue con su búsqueda. No hay mucha gente en la discoteca (el verano, las sanas costumbres de las nuevas generaciones). Atraviesa el humo dulzón que expulsan unas máquinas del infierno, ve sombras azuladas, que al acercarse se transforman en personas, algunas de ellas conocidas, algunas de ellas con disfraces improcedentes, pero no se detiene. Pasa junto a la cabina del Disc Jockey, donde pincha un tipo en la cincuentena con grandes gafas y patillas, una especie de Paco Umbral postmoderno.
Ha recorrido todo el bar - dando lo que tradicionalmente se conoce como una putivuelta – sin encontrarla. Quizá se haya marchado, Catalina. Si es prudente sería lo normal. Lobo decide salir a fumar un cigarro. Antes de llegar a la puerta advierte una figura muy delgada, en falda corta y camisa, de espaldas, que parece buscar a alguien. Es ella. Cuando se da la vuelta y le mira comprende que es a él a quien estaba buscando. Sin decir nada se lanza sobre su boca.
Catalina responde a su beso, con todo su pequeño organismo. Se cuelga de él, y Lobo siente sus brazos finos pero fuertes alrededor de su cuello. La envuelve en la frondosidad de sus brazos. Besa bien, bastante bien, como una salvaje. La levanta. Desde siempre le ha gustado levantar mujeres livianas durante sus borracheras. Piensa en echársela al hombro para hacer el helicóptero. No, sería demasiado. Mejor no tentar a la suerte. Se siguen besando y, cuando sus bocas se separan, Lobo de Bar, señalando a la barra, pregunta:
- ¿La última?
- No, van a cerrar ya. Vamos a mi casa.
Duda, Lobo de Bar. Su dipsomanía le pide más alcohol, sabe que otros goliardos, en especial el inmisericorde Zé Tubarao, le recriminarán su huida, aunque haya sido por una buena causa.
¿Qué pelotas? ¿En qué está pensando? ¡Le está invitando a su casa! Los astros se han alineado de forma que tiene en su mano la llave de consumar su nunca satisfecha aspiración de tirarse a una pija y, al mismo tiempo, la de completar su epopeya para entrar por la puerta grande en los libros de historia de los borrachos. ¡No debería dudar ni un segundo!
Lobo de Bar vuelve a mirar a la barra. Su camarera de confianza le saluda, podría ir a verla y a pedir otro whisky.
- ¿Vamos? – insiste Catalina.
El goliardo se gira hacia ella, ve sus ojos sugerentes, se acuerda de sus piernas y, por una vez en su vida, toma la decisión acertada.
Menos mal, me estaba poniendo de los nervios y no quería intervenir. Ha de aprender solo.
Salen a la calle. Está amaneciendo. El cielo se tiñe por el horizonte de colores cursis. Intentan coger un taxi, pasan tres libres sin detenerse. Lobo de Bar pregunta:
- ¿Vives muy lejos?
- Serenos a diez minutos.
- Pues vamos andando, aunque lleguemos en veinte.
El camino se hace eterno. De vez en cuando se detienen para besarse, pero no con besos de amor, no hay nada de eso, no estamos hablando del Profesor Gladiolo, que se enamora en una milésima de segundo, tampoco es esto una película de sobremesa, se trata de meros repostajes para reavivar su deseo, para darse fuerzas con las que llegar a su destino.
Cuando alcanzan su portal, en una avenida de la zona pija de la urbe, el inclemente sol de agosto castiga sus derrotados cuerpos.
- Espera cinco minutos y llama al segundo A – conmina Catalina.
- ¿Qué?
- Hazme caso.
Lobo de Bar levanta una ceja por encima de sus gafas negras. Antes de que pueda protestar, Catalina entra en su casa. Para hacer tiempo, se lía y enciende un cigarro, el goliardo. Sonríe bobaliconamente. Es un tipo con suerte. “La vida te da sorpresas”, se dice, y se agarra la p*lla. Un anciano pasa y observa con reprobación su aspecto. En cuanto termina el cigarro tira la chusta a la carretera y aprieta al timbre.
Un sonido atroz le abre las puertas de la gloria. El goliardo entra. Como espera por la actitud de Catalina, el portero se encuentra en su garita y le mira con suspicacia. Son sólo dos pisos, pero prefiere esperar al ascensor. Sube. Encuentra la puerta del segundo A abierta. Pasa. El recibidor y el pasillo están oscuros, en las habitaciones entra la luz del día por las ventanas. Es una casa bastante grande, ricamente amueblada, aunque con un gusto un tanto rancio. Encuentra el salón, la cocina, un baño. ¿Dónde está Catalina? Sigue por el pasillo hasta que, por la puerta abierta de uno de los cuartos, uno con papel de flores en las paredes y decoración infantil, la ve, tumbada, desnuda sobre la cama.
Se masturba, Catalina, mientras le mira. Lobo de Bar se desnuda despacio, porque de apresurarse, en su estado, acabaría en el suelo. Sólo se deja puestos los calzoncillos, que ya no son los de Pablo Iglesias. Entra en la cama.
Catalina está muy caliente, se lo dicen sus mordiscos. Lame su cuerpo, lo toca de principio a fin. Desciende hasta sus pies y regresa lentamente por las finas y musculadas piernas. No se hace más de rogar, Lobo. Se amarra a su c*ño y lo chupa empleando toda su pericia. Y ésta no es poca, porque en la vida del borracho – atended, niños – es bastante habitual que un goliardo acabe en la cama con una hembra ávida de sexo sin que su miembro, ahogado en el alcohol, responda, y en esas ocasiones, siguiendo los sabios consejos de cierto profesor de secundaria, lo justo es satisfacer a la fémina, pues ésta ha abierto lo más íntimo de su ser a un hombre degenerado y más merecedor del erebo que de esa generosa oferta de placeres no del todo desconocidos.
Se trabaja el clít*ris, Lobo de Bar, mientras introduce el corazón en la vagina. Obviamente, hablo literalmente del dedo corazón, y no metafóricamente del corazón del goliardo, tantas veces loco de alegría y de pena que en ocasiones piensa que lo ha desgastado y perdido para siempre, hasta que aparece una nueva mujer por la que pierde la cordura.
Como su corazón no parece suficiente, añade el anular, y mueve los dos dedos muy despacio mientras acelera la rotación de su lengua. Catalina le agarra de la cabeza, le empuja hacia ella, y Lobo de Bar se resiste momentáneamente para luego dejarse conducir mientras hace un giro con sus dedos que desencadena un oceánico orgasmo.
Catalina se dispone a satisfacer al goliardo, pero hace rato que éste sabe que sus más de tres miligramos de alcohol en sangre impedirán una erección ni siquiera decente,  y que intentarlo sólo será una pérdida de tiempo y una fuente de frustración.
Se excusa y los dos se echan a dormir.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Lobo de bar y su epopeya infame (Parte 7 de 9)

Tres días más tarde…
- Tremenda elipsis.
- Las elipsis están de moda, pueden ser un recurso rico e imaginativo, y resultan muy convenientes a la hora de ahorrar costes.
- No me jodas, hombre, ¿vas a dejar sin relato tan brillante etapa de mi epopeya?
- Si te soy sincero, Lobo de Bar, tenía escritos varios capítulos espléndidos, pormenorizando tus hazañas, pero se los comió un mapache.
- Mientes.
- Vale. En realidad aparecieron los Monty Python disfrazados de inquisidores españoles y les prendieron fuego.
- Eso sería algo inesperado.
- Nadie espera a los Monty Python disfrazados de inquisidores españoles, armados con la sorpresa, el miedo, eficacia despiadada, devoción fanática por el Papa y unos uniformes rojos preciosos.
- Sigues mintiendo.
- Bueno, ¿te resulta más creíble si te digo que tras nuestra última juerga me levanté indispuesto hasta tal punto que vomité con profusión sobre el manuscrito de forma que éste, por completo pringado, absorbió los infectos efluvios estomacales hasta quedar absolutamente ilegible?
- No me digas que, en el siglo XXI no lo escribiste a ordenador.
- El jodido siglo XXI. Me llegó la inspiración durante la misma bullanga, y escribí los capítulos en servilletas, ¿no te acuerdas?
- Ahora que lo dices, me quiere sonar.
- Acabáramos.
- ¿Y no podrías reescribirlos?
- No me acuerdo, y me da pereza.
- Pero entonces, ¿cómo van a conocer tus lectores mis hazañas?
- Puedo contarlas sumariamente.
- Adelante.
- En una carrera frente a Usain Bolt, te pusieron tus goliardos compañeros una botella de absenta en la línea de meta, gracias a lo cual, y al efecto de las esencias que aún tenías de cuando te las suministró Ferlosio, es decir, cargado de hipotaxis, anfetas y ansia por alcanzar la absenta, le venciste.
- Eso no fue así. ¡Por Dios y su prima la de Huelva! Le gané porque la carrera fue en coche, y no hay piloto más rápido que yo, para algo aprendí a conducir con el Collin McRae Rally de la Play.
- ¿Así ocurrió?
- Claro.
- Sea pues.
- Eres un narrador omnisciente de mierda.
- Sin faltar.
- Te faltaré si me sale de los c*jones.
- Luego recuperaste la amistad de Splinter enviándole una caja de botellas de Calvados.
- Y con buena voluntad.
- Obvio.
- Sigue.
- Visitaste el inframundo y volviste.
- Gracias a que no miré atrás y no hice caso a las insistentes llamadas de mis amigos pidiendo que me echara la última.
- Limpiaste los establos de Carlos Baute y su sonrisa en un solo día.
- Necesité un rastrillo zen.
- Asististe impasible a un concierto de Gogol Bordello.
- Con la borrachera que me embutía no me fue difícil mantener la calma.
- Y Miss Howley validó todas las pruebas con twelve points.
- No era para menos.
- Ahora, ¿podemos continuar?
- Por su puesto, procede.
Como iba diciendo, tres días más tarde, Lodo de Bar se encuentra – a nadie le sorprenderá -  en un tugurio no recomendable para almas puras. Sólo le quedan dos pruebas por superar: robar los gayumbos de Pablo Iglesias y follarse a una pija. No se siente preparado para afrontar la segunda, así que ha quedado con el más impetuoso de los goliardos, el sin par Zé Tubarao, para superar la primera.
Llevan ya unas cuantas copas y no han hecho ningún progreso. El barman, de cuidadas patillas, ha salido a la calle para fumar un petardo. Imprudentemente, les ha dejado a cargo de la barra. Abusan de su confianza. Es lunes y apenas hay noctámbulos. Las esculturas de unos velociraptores a tamaño natural les vigilan desde el fondo del tenebroso antro. Habla Lobo de Bar:
- Ojalá Pablo Iglesias fuera un personaje de nuestro tiempo. Entonces, bastaría con irnos con él de farra hasta que se pillase tal guaza que acabara con los gayumbos en la cabeza. Y entonces… ¡alehop!
Zé Tubarao, que estaba bebiendo, no puede contener una impulsiva carcajada que resulta en una torrencial expulsión de ron cola por la nariz. Su hilaridad no ha sido provocada por la imagen de un hipotético Pablo Iglesias borracho, en camisa, sin pantalones, con el nabo colgando y la ropa interior en la cabeza, sino porque “alehop” es una expresión recurrente de los goliardos, que evoca la primera experiencia anal con hembra que tuvo uno de los más corrompidos integrantes del grupo, conocido por razones que no vienen al caso como “El Domador”. Según sus propias palabras: “nos metimos en la ducha y empezamos a magrearnos, luego la puse de espaldas y se la empecé a meter. Como sabía que le iba el tema, le metí un dedo por el culo, luego otro, di vueltas y, cuando consideré que estaba lo suficientemente dilatado,… ¡alehop!”.
- Puto Lobo de Bar. Y puto Domador.
- Bien, como no conozco ningún Pablo Iglesias vivo, creo que no nos queda otro remedio que ir a la casa museo de Pablo Iglesias Posse en El Ferrol, quizá allí tengamos suerte.
- Yo tampoco veo mejor alternativa.
- ¿Arrancamos?
- Venga.
Se ponen en marcha, los goliardos. Su aspecto en contrapicado, a pesar de su paso renqueante, resulta imponente. En sus ojos hay determinación, enajenación, y total ausencia de autocontrol. Como a esas horas - ya sabemos por qué - no venden alcohol en los comercios, pasan por la cueva de Lobo y cogen unas cuantas botellas de su bien surtido mueble bar.
A continuación, no sin haberse bebido unos tequilas para darse aún más ánimos, bajan a por el coche del goliardo: un Lancia Delta rojo en pésimas condiciones de higiene. Introduce la llave Lobo de Bar, la gira y mete tercera, ya que no hay otra forma de arrancarlo. Según google maps, están a más de siete horas de distancia de Ferrol, de cuyo viejo apellido no quiero acordarme, pero no cuenta el programa con la demencial conducción del goliardo, que avanza a velocidad inconcebible por carreteras secundarias para evitar los controles de la Guardia Civil, mientras Zé Tubarao grita y fuma enfebrecido y cada pocos minutos le va pasando la botella de mezcal. Escuchan unos cassettes de Siniestro Total. Sólo se detienen en una ocasión, para repostar, en una gasolinera de surtidor único, una aparición en el páramo castellano. Siguen su camino en la oscuridad, uno de los faros del Lancia se ha fundido. A la altura de Monforte, Zé Tubarao, que no puede contener durante más tiempo la fuerte marejada de su estómago, vomita por la ventana un líquido parduzco.
Menos de una hora más tarde, menos de cuatro desde que salieron, con seis botellas de mezcal casi vacías sobre el asiento de atrás, llegan.
- Eres un animal, tampoco teníamos prisa.
- ¿Cómo que no? Hemos de actuar de noche, y antes de que abran el museo.
- Tienes razón, y cuando la tienes, te la doy. Faltan unas dos horas para el amanecer.
Aparcan en las inmediaciones y caminan hasta la casa de Pablo Iglesias, una casa muy humilde, la de un peón municipal. Tuvo que venderla su madre cuando el padre hubo muerto para poder emigrar a Madrid, a pie.
Las medidas de seguridad no son gran cosa en el edificio, desde luego, nada que no pueda ser superado por el arrojo de los dos criminales poco temerosos de Dios que la asaltan. Los goliardos rompen una ventana y entran.
El interior ha sido decorado libremente, con muebles que le pertenecieron después - no sé hasta qué punto es esto cierto, hay museos en todo el mundo que se toman la verdad muy a la ligera -, una cama adusta, un escritorio, librerías que ocupan las paredes del pequeño salón. Los goliardos recorren la casa alumbrando con las linternas de sus móviles, como dos vulgares rateros. Su escandalosa ebriedad les hace tropezar con frecuencia, la incursión no se parece en nada a todas las que hemos visto en películas sobre atracos perfectos.
Además de los muebles, hay letreros que relatan la vida y milagros de Pablo Iglesias. Lobo de Bar y Zé Tubarao, intentan leerlos, pero no tardan en perder el interés, porque van borrachos, porque ya saben lo que hizo en política, y porque, aparte de eso, fue un tipo serio.
En vitrinas sucias se exponen algunos de sus más queridos objetos personales: un peine para el bigote, una gorra, un ladrillo, un par de trajes y, sí, también unos gayumbos. La emoción embriaga a Lobo de Bar. Rompe la vitrina y levanta los gayumbos en señal de victoria. Con su inestable mirada ve que están algo roídos. No sigue con su análisis más allá de tal punto. El ruido de unas sirenas policiales irrumpe en la noche.
- ¡Copón! – blasfema Lobo de Bar, debía haber alarma.
- Rápido, Lobo, ponte los gayumbos y esconde la vitrina, o te los requisarán.
Procede el goliardo. Se coloca los gayumbos de Pablo Iglesias – no adquiere ningún superpoder - mete lo que queda de la vitrina debajo de la cama y rompe la que contiene el peine de bigotes para que sus cristales se confundan con los que ya hay en el suelo.
Cuando entra la policía, patada en la puerta mediante, les encuentran en medio de la habitación, con cara de culpables y el peine en la mano.
- Disculpe señor agente – dice Lobo de Bar -. Fue por una apuesta, un grave error, creo que me excedí en el consumo de espirituosos, en un intento bienintencionado de reactivar la economía nacional. Sé qué nuestra profanación es imperdonable. Estamos, creo sin riesgo de equivocarme que hablo por los dos, sumamente arrepentidos. Pagaremos los desperfectos, los de aquí y los de todos los museos que hayan asaltado esta noche en El Ferrol…
- Cállate, borracho. Poneros los dos contra la pared.
Los goliardos se ven cacheados, maniatados y conducidos al calabozo.